Revista Asia
En uno de los andenes de la estación de tren de Pyongyang, los niños de la flor se habían acercado a uno de los vagones del tren pidiendo comida a los pasajeros. Un turista chino, que había visitado por motivo del día de nacimiento de Kim Jong-Il, estaba desolado por los aspectos de aquellos niños que abrió la ventana de su asiento, abrió el paquete que llevaba panes y fideos instantáneos y empezó a repartir. Como si fueran palomas, decenas de niños de la flor captaron la repartición de la comida e inmediatamente abrieron sus pequeñas manos para tener el trozo de pan más grande. Cuando el tren, en dirección a China, estuvo a punto de partir, de repente se paró. Unos guardias habían entrado en el tren en busca del turista altruista.
Fueron cuarenta minutos interminables que uno de los guardias estaba en su estado más categórico de la histeria avergonzando al turista chino delante del público. Sus gritos se oían en toda la estación. Él no tenía más remedio que aguantar la presión que pesaba sobre él y ser humillado. Según él, le había dicho que: "¿Crees que somos unos desgraciados? Si te ha sobrado comida, lo tiras en un basurero o lo llevas a tu país". Durante aquellos minutos, se mezclaba en sus palabras amenazas, insultos y vejaciones inacabables. Ya cabizbajo de forma psicológica, los guardias bajaron del tren y el motor de los vagones empezó a arrancar.
Dijo que dudaría en volver a Corea del Norte después de lo sucedido. "Sólo quería dar algo a aquellos niños que estaban hambrientos. Esto de defender lo indefendible es increíblemente absurdo y surrealista. Incluso en China no pasa estas cosas. Sólo espero que esos niños estén bien aunque le espera un futuro bastante oscuro por gente que le desprecia de manera constante". El diario de Corea del Norte