En los últimos tiempos he tenido la posibilidad de viajar mucho: sobre todo por el extranjero, aunque también por la península ibérica. En cada viaje suelo fijarme en cuántos puentes cruzan los ríos que atraviesan cada ciudad. Da lo mismo si la ciudad es grande o pequeña, ibérica o extranjera, espectacular o modesta, siempre encuentro numerosos puentes: en Bilbao, París, Orense, Praga… por citar algunas. Un puente es algo esencial en una ciudad. Cada vez que miro esos puentes y los cruzo, recuerdo los dos únicos puentes de Zamora. Se lleva hablando de ese puente nuevo, de ese puente futuro, casi desde que yo era un chaval. Vamos envejeciendo, y cada año se habla en los medios y en las barras de los bares del famoso puente sobre el que tanto se ha escrito y se ha debatido, pero que de momento no existe. Como me he desvinculado del tema, a veces pregunto a los familiares y amigos que aún viven en nuestra tierra. Les pregunto si el puente existirá alguna vez, si se hará realidad. Sí, ya está, me dicen. Ya casi está. Lo están construyendo. No digo que no. Pero yo no lo veo. Quiero decir que no puedo cruzarlo, y no existirá de veras hasta que podamos circular sobre él. Son demasiados años con el mismo cuento. Estos días me ha picado la curiosidad y he buscado alguna noticia al respecto, y he encontrado lo siguiente: la Junta de Castilla y León ha destinado a este efecto, mediante el Plan de Convergencia Interior, un millón y medio de euros. En febrero comenzaron las obras, y es todo lo que sé.
Uno de los aspectos más insólitos sobre el citado puente es que en la ciudad hemos opinado todos. Se nos ha preguntado. Se ha debatido. Se ha luchado por elegir una u otra opción (puente aguas arriba, puente aguas abajo, etcétera: si mi memoria llena de libros no me juega una mala pasada). Recuerdo firmas, consenso, debates… Y no sé hasta qué punto es beneficioso, y aquí aludo a gente que me lo hizo ver en su día, que me dejó las cosas claras: si los votantes eligen a un partido en las urnas, se supone que en ese partido se depositan las decisiones. Pero parece que en Zamora no, que todo hay que someterlo a votaciones después de las votaciones. Que sí, que está muy bien que opine la ciudadanía, y yo soy parte de la ciudadanía y a todos nos gusta que se nos pregunte y se nos dé a elegir… Pero así no se llega a ninguna parte porque es imposible ponerse de acuerdo. Si (es un suponer) se les preguntara a los habitantes de un pueblo dónde quieren que les pongan la estatua de la celebridad local, si a éste lado del río o al otro, jamás se pondrían de acuerdo. Cada mitad lo querrá en su orilla. Pues en nuestra ciudad ocurre eso, y esa es una de las razones, a mi entender, por las que es tan difícil ponerse de acuerdo. Así nunca se llega al consenso ni al entendimiento. Tampoco es posible contentar a todo el mundo, se haga lo que se haga.
A mí la política en general, y la de mi tierra en particular, me recuerda levemente al humor absurdo de dos de los más grandes cómicos de nuestro tiempo, que acaban de fallecer. Cada uno en lo suyo (y salvando las distancias), Luis García Berlanga y Leslie Nielsen, el primero detrás de la cámara y el segundo delante de ella, nos hicieron reír mucho. No sé si es porque sus fallecimientos son recientes o porque, al pensar en el tema de los puentes y la política, he recordado lo absurdo del tema, pero la política en mi tierra se parece un poco a lo que podría haber sido una película de Luis García Berlanga protagonizada por Leslie Nielsen. Con la salvedad de que aquí no se ríe nadie. No nos hace gracia. Y, además, no entendemos ni jota.
El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla