Comunista y ateo, por supuesto
Los Hermanos Maristas son sin duda grandes educadores, prueba de ello es que de sus aulas han salido algunos de los más convencidos ateos que el mundo ha visto. Uno mismo, en su modestia, se confiesa (valga la expresión) uno de sus productos. Antonio Gamero, que tuvo que crecer en la triturada España de la Guerra Civil y la también cruenta posguerra, no escapó al poderoso influjo de los seguidores del beato Marcelino Champagnat, quienes lograron de él un ateo convencido que, al mismo tiempo, estaba dotado de una poderosa conciencia de clase, la que le impulsó a afiliarse al partido comunista en 1957, año en el que, huelga decirlo, ser comunista en España no acarreaba sino persecución y martirio. La rebeldía del joven Antonio debía por fuerza nacer con pujanza sobresaliente pues debía sobrepasar
el rigor de tres autoritarismos superpuestos. El más cercano, el que su severo padre (lo que se llamaba antes “un hombre de posición”) practicaba en casa. A éste, en un rango de mayor amplitud social, había que sumar el que administraban en sus aulas los Hermanos Maristas. Por encima de ellos, abarcando en toda su extensión la sociedad española, el del régimen dictatorial de Franco. En tales circunstancias, y ayudando a germinar la semilla de la rebeldía, en el círculo cercano de Antonio Gamero, una presencia, la de un amigo de su padre, se destaca decisiva influencia en la formación del carácter y el espíritu irredento del joven, proporcionándole libros, discos y, sobre todo, una necesaria apertura de miras. Estudiante (por imposición paterna) de la carrera de Derecho, Antonio Gamero abandona los estudios universitarios al tercer año, y se coloca, enchufado, en el Banco de Vizcaya, de donde sale disparado cuando organiza una huelga. Posteriormente, también gracias a influencias, ingresa en la Telefónica. Es en aquel entonces cuando se inicia en el ámbito artístico, montando grupos de teatro que representarán a Ionesco y a Arthur Miller. También es durante esta etapa que se produce su afiliación al partido comunista, en cuyo seno adquiere el alias de “Alejandro”. Su actividad propagandística como miembro de una célula del partido se prolongará durante algún tiempo, en el transcurso del cual dejará su empleo en Telefónica e ingresará en la EOC, en términos de acción que la película de José María González Sinde “Viva la clase media” ilustrará convincentemente. Tal como quedaba descrito en el film, el aparato del Régimen se encarga de interrumpir abruptamente tal estado de cosas. Víctima de la represión del órgano policial del general golpista, Antonio Gamero sufrió dos años de encarcelamiento en las prisiones de Carabanchel y Palencia, condenado por los “delitos” de propaganda ilegal y asociación ilícita a una pena de ocho años y siete meses, que se redujo en virtud de dos indultos, el de los veinticinco años de paz y un jubileo. Su ingreso en prisión fue precedido por una brutal paliza por parte de fuerzas de la policía de la tristemente célebre DGS, la cual le ocasionó una sordera que le obligó a usar un audífono el resto de su vida. Su situación legal (en el ilegítimo régimen del dictador Franco) truncó la continuidad de su formación en la Escuela Oficial de Cine donde estudiaba dirección junto a su condiscípulo José Luis García Sánchez. Logró realizar un par de prácticas y ejerció de ayudante de las que realizaron Manuel Gutiérrez Aragón y José Luis Egea. Pese a la externa imposición autoritaria de insalvables trabas, la decidida vocación cinéfila de Gamero le hizo no obstante mantenerse cercano al medio cinematográfico, escribiendo guiones para televisión que firmó con el pseudónimo de Pilar Guerra (el nombre de una amiga suya, falangista de izquierdas) y aceptando sus primeros trabajos como actor en proyectos en los que estaba directamente involucrado su amigo José Luis García Sánchez, debutando en dos cortometrajes suyos de 1971 (“Loco por Machín”, que se rodó en Tomelloso, el pueblo donde se filmó la serie televisiva "Plinio", en la que Gamero intervino, y “Labelecialalació”) y en los largometrajes producidos en 1973 (sendas óperas primas), “Habla mudita” (que dirigió Manuel Gutiérrez Aragón y cuyo guión fue escrito a medias con García Sánchez) y “El love feroz, o cuando los hijos juegan al amor” (dirigida por este último). La primeriza experiencia de Antonio Gamero ante las cámaras arroja un resultado magnífico. Obtiene por su interpretación en “El love feroz” el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos al mejor Actor de Reparto. En rápida progresión aumenta el número de roles que el flamante actor de cuarenta años (de trayectoria en cierto modo similar a la de Luis Ciges) incorporará en títulos sucesivos, algunos de ellos, decisivos en la historia del cine español. Olvidadas ya las intenciones profesionales que le habían hecho estudiar Derecho y su empleo en la Telefónica, Antonio Gamero se erigirá muy pronto en heredero directo de la estirpe de los insuperables característicos de la pantalla española, tales como Erasmo Pascual, Goyo Lebrero, Xan das Bolas, Manuel Requena o el ubicuo Juan Cazalilla, por citar sólo algunos. Simplemente indispensableRepasar la filmografía de Antonio Gamero es casi tanto como repasar aquello que de bueno se ha producido en la cinematografía española de los últimos cuarenta años. Con inevitables concesiones a la urgencia de la subsistencia (ningún actor de reparto español puede, ha podido ni podrá nunca permitirse el lujo de descartar ofertas), encontramos entre las películas en las que actuó, títulos señeros, y entre los directores que le eligieron, a los más galardonados y respetados de la profesión. Fielmente reclamado por José Luis García Sánchez (Salamanca, 22/09/1941) a lo largo de su cada vez más extensa carrera, Antonio Gamero se pone a sus órdenes en una docena de películas, entre las que destacan títulos tan reconocidos como la libertaria “Las truchas” (1977), que
se alzó con el Oso de Oro de Berlín en 1978, la muy exitosa “La corte del faraón” (1985), y las más recientes “Divinas palabras” (1987), “Suspiros de España (y Portugal)” (1995), o “La Marcha Verde” (2004). Sin desdeñar trabajos de escasa ambición artística, en los que se prodigó especialmente en la primera mitad de los años ochenta (lo que le permitió rodar frecuentemente a las órdenes del comercial Mariano Ozores, grabar telefilmes, o intervenir en meros productos consumibles como “Las locuras de Parchís”, de Javier Aguirre), es fácil reconocer en la filmografía de Antonio Gamero una tendencia, o al menos, una afinidad acorde con su personalidad y sus ideas. A la reiterada colaboración con su camarada José Luis García Sánchez, cabe sumar en el capítulo de lo destacable, su constancia en el cine de otro José Luis, pues obtuvo papeles en “El bosque animado” (1987), “Amanece que no es poco” (1988), “La marrana” (1992), y en “Así en el cielo como en la tierra” (1994), todos ellos films de José Luis Cuerda (Albacete, 18/02/1947). En esta vorágine de “joseluises” en que está convirtiéndose este repaso a la carrera de Antonio Gamero, no podemos pasar por alto que actuó en “Furtivos”(1975), título ya mítico de la transición española del aragonés José Luis Borau, y en “Asignatura pendiente” (1977), otro film de repercusión masiva y capital relevancia, que dirigió el futuro Óscar, José Luis Garci. También tuvo ocasión Antonio Gamero de ponerse ante las cámaras para las dos “Bes” del cine español, pues Juan Antonio Bardem (Madrid, 2/06/1922-30/10/2002) le repartió un papel en el terrible vehículo para la adulta Marisol y el músico Murray Head, “El poder del deseo” (1973) y otro en la “anti-landista” “El puente” (1977), y Luis García Berlanga (Valencia, 12/06/1921), le quiso para representar un rol en la accidentada pero exitosa “La vaquilla” (1984) y otro en “Todos a la cárcel” (1993) (de la que algo hablamos aquí en la entrada dedicada a José María Tasso). Un cineasta tan singular como Eloy de la Iglesia (Zarautz, Guizkoa, 1/1/1944 – Madrid, 23/3/2006) encontró, como sus compañeros, que la de Antonio Gamero era una valiosa presencia para dotar de credibilidad a su particular visión cinéfila, y contó con él para “Los placeres ocultos” (1976), “La criatura” (1977), “Miedo a salir de noche” (1979), y “La estanquera de Vallecas” (1986). Del resto de la trayectoria fílmica de Antonio Gamero, es obligado subrayar, pese a la existencia de una cierta tonalidad predominante a la que antes aludíamos, lo variopinto de su naturaleza. Por ceñirnos a los títulos más relevantes, destaquemos que Antonio Gamero actuó a las órdenes del gran Antonio Isasi Isasmendi (Madrid, 22/03/1927) en su éxito “El perro” (1976) y su último film, “El aire de un crimen” (1988), del también afortunado Miguel Hermoso (Granada, 1942) que dirigió “Truhanes”(1983), y del siempre genial Fernando Fernán-Gómez (Lima, Perú, 28/08/1921 – Madrid, 21/11/2007) que firmó “Fuera de juego” (1991). En la lista de directores que contaron en más de una ocasión con Antonio Gamero para sus films, aún no citados aquí, descuellan dos tocayos suyos, de un lado,Antonio del Real (Cazorla, Jaén, 27/08/1947), un especialista en la comedia a quien no se le podía pasar por alto la “vis cómica” de quien, muy a nuestro pesar, estamos despidiendo hoy, para sus películas “El poderoso influjo de la luna” (1980), “Buscando a Perico” (1981), “Y del seguro, líbranos señor” (1982), “Café, coca y puro” (1984), “El río que nos lleva”(1989), o “Por fín solos” (1994); y del otro, Antonio Giménez Rico (Burgos, 20/11/1938), quien le dirigió en sus films “Jarrapellejos” (1987) y “Soldadito español” (1988). Imperdonable sería, en este apresurado repaso a la contribución a la cinematografía española de quien tan recientemente nos ha dejado, prescindir de la figura de alguien cuyo talento nutrió gran parte de los títulos hasta aquí mencionados. Gran amigo y compañero de ideas, de palabras, de trabajos y de gestos, Rafael Azcona (Logroño, 24/10/1926 – Madrid, 23/3/2008) impregna con su genio esencial e insustituible el mismo ámbito fílmico por el que Antonio Gamero transitó como actor. Ese mismo que alcanzó grandeza gracias, sobre todo, a la humildad que da la inteligencia, esa inteligencia que hace que el humor tenga conciencia, y que el humor (y la vida) valgan la pena. De la admiración mutua entre actor y guionista hablan las declaraciones de este último que en una ocasión admitió haber querido ser autor de una frase del primero, ciertamente genial: “Como fuera de casa, no se está tan bien en ningún sitio”. De parecido calibre, y a propósito de algo tan fundamental como la amistad, es otra ocurrencia de Gamero, recogida igualmente en sus obituarios y que fue dicha ante todo un presidente de gobierno (de infausto recuerdo, por cierto). En sintonía con la cáustica visión de un Ambrose Bierce, y confirmando con su ingenio su semejanza física con Groucho Marx, el actor dijo en presencia de José María Aznar: “Si tienes penas, no se las cuentes a los amigos. Que les divierta su puta madre”. Se ha ido Antonio Gamero. Hombre de vitalismo exacerbado, enamorado del cine, de la gastronomía y el jazz, Antonio nos ha acompañado hasta aquí, desde la pantalla, pero de ningún modo nos va a dejar ahora. Aunque le digamos adiós.