Hace veinte años ocurrió el genocidio más rápido de la historia, 800.000 muertos en tres meses. Sucedió en Ruanda. El país perdió el 11% de su población.
Cráneos en Ntarama. Diana Zileri, BBC Mundo
El conflicto estalló el 6 de abril de 1994 con el asesinato del presidente ruandés Juvenal Habyarimana, en un atentado al avión en el que viajaba junto al presidente de Burundi. Este fue el detonante de una matanza colectiva iniciada por hutus radicales en la que exterminaron a tutsis y hutus moderados. Con ocho millones de habitantes, el país se convirtió en una inmensa fosa común ante la pasividad del mundo. La ONU ha admitido repetidamente su fracaso al no prevenir esta matanza.
El partido que gobierna hoy era un grupo rebelde tutsi antes del genocidio. Su cúpula está formada por refugiados que crecieron en la vecina Uganda y que a principios de los noventa entraron por el norte de Ruanda para derrocar al Gobierno hutu. El actual presidente del país, Paul Kagame, era entonces el líder de esta rebelión, una insurrección que también sumó atrocidades en su historial, tanto antes como después del genocidio, aunque las hayan redimido con la victimización exclusiva reservada a los tutsis. Es difícil saber qué porcentaje hay de hutus y tutsis en el Gobierno, la etnia ya no aparece en los carnés de identidad y las políticas de reconciliación incluyen no resaltar esa diferenciación.
En Ruanda la población se divide ahora entre supervivientes y genocidas. Tanto en las escuelas como en los periódicos se salta la regla que prohíbe hablar de hutus y tutsis. Cuando se habla del genocidio se añade siempre “contra los tutsis”, aunque también miles de hutus murieron a machetazos. Convertidos en atracción turística, los macabros museos de la tragedia, con las ropas de los fallecidos, los cráneos e incluso cuerpos embalsamados a medio descomponer, dejan mudos a los visitantes.
El país africano cuenta con el Parlamento más femenino del mundo —el 64% de los escaños están ocupados por diputadas, la única asamblea en el mundo dominada por mujeres—, esto permite a las autoridades vender una imagen de igualdad y democracia. Hoy Ruanda es uno de los estados más prósperos del África subsahariana, con un crecimiento medio anual del 8% y, según el Banco Mundial, ofrece “las mejores oportunidades de negocio en el continente”, aunque la inmensa mayoría de sus habitantes dependan de la agricultura. La organización Transparencia Internacional lo etiqueta como el menos corrupto de los países africanos. Sin embargo, Ruanda todavía sufre las consecuencias del genocidio y de la guerra de 1994, permaneciendo sometida a un régimen muy escasamente democrático, bajo el férreo control de una minoría tutsi que ejerce una intensa represión política, y está directamente involucrado en las guerras sucias por el control de las riquezas mineras del vecino Congo. Dependiente de las ayudas y, oficialmente, de las exportaciones de café y de té, sigue existiendo la pobreza rural, sobre todo en el sur, donde se concentra la población hutu, mayoritaria.