Revista Cultura y Ocio

Huye, corre, salta

Publicado el 31 marzo 2012 por Lorena
   Buenas tardes, ¿cómo están hoy? ¿Con ganas de leer? Espero que sí, porque acá les dejo otro cuento.    Huye, corre, salta Huye, corre, salta
   —¡Corre! ¡Corre! —las voces retumbaban a su alrededor y ella las obedecía.    El bosque estaba raído y frías ráfagas de viento lo recorrían sin encontrar resistencia. El frío lanzaba latigazos a su rostro mientras las ramas de arbustos raquíticos fustigaban sus piernas.    —¡Corre! ¡Corre! —rebotaban las sílabas en los troncos resecos y la tierra volátil.    Ella luchaba para llevar aire a sus pulmones y a sus piernas para mantenerlas en movimiento. Con los ojos abiertos al máximo, trataba de encontrar un camino en la oscuridad creciente.    De golpe, se detuvo. Había un precipicio frente a ella, y un lago en el fondo. Un lago claro e inmóvil donde la luna comenzaba a repetirse. El viento se arremolinó a su alrededor y ella se abrazó a sí misma.    —Salta —susurraron las voces en su oído—. Salta.    Tomó impulso, corrió hasta el borde, y se detuvo.    —¡Salta!    El viento la empujó hacia el agua, pero ella se resistió. La luna nadaba en el centro del lago, una luz chorreante que goteaba poco a poco un recuerdo en su mente.      —¡Salta! ¡Salta!       —No —murmuró ella y retrocedió un paso.    —¡Salta!    El viento la adornó con hojas secas que se prendieron en su cabello, pesaban tanto que la hacían inclinarse hacia adelante.    —¡Salta!    La luz lunar casi llegaba a la orilla, como si buscara trepar por el precipicio.    Y de repente, ella estaba en una habitación vacía. Una pequeña ventana en lo alto, la luz ingresaba por allí, bañándola.    El viento silbó y ella volvió a la realidad: el bosque, el lago, y las voces.    «Corre, salta…, pero por qué, ¿por qué debería hacerles caso?»    Retrocedió otro paso. El viento seguía vibrando y murmurando a su alrededor, riendo entre dientes. Ella dio la espalda al lago y caminó hacia el bosque. Solo recordaba que debía huir.    —¡Corre!    Ella pegó un salto y comenzó otra loca carrera. El bosque era eterno, indiferente.    —¡Corre! ¡Corre!    Llegó a una cabaña deshecha, la puerta estaba abierta. Entró empujada por el viento. La puerta se cerró a su espalda.    —Sabía que volverías —una voz sedosa le habló al oído.    Se volvió para encontrar la cara sonriente de un hombre de mediana edad.    —Te dije que no había ningún lugar a donde ir.    Ella retrocedió hasta que la espalda tocó la pared. Detrás del hombre había una pequeña ventana a lo alto, la única de la habitación.    —Huye, corre, salta —dijo el hombre con sorna—. Huye, corre, salta —sonrió—, tu novio realmente creyó que tenías una oportunidad.    Ella miró a su alrededor, unas piernas maltrechas se divisaban en una esquina, sobre un charco.    Huye, corre y salta al lago, le había gritado su novio mientras se trenzaba en lucha con aquel hombre que ahora la miraba sonriente. Huye, corre, salta.
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