Revista Filosofía

I-el camino hacia la excelencia (y por qué se borran las huellas)

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
Desde Hegel sabemos que somos una forma de compensación de lo que no somos, que la vida es el recurso que tenemos a mano para ir llenando nuestros vacíos, que nuestros límites sólo son el reto que pertinazmente busca cómo superar nuestra incorregible atracción por lo excesivo. Alfred Adler, un psicólogo injustamente olvidado y miembro de la terna que, junto a Sigmund Freud y Carl Gustav Jung, revolucionó la psicología en el siglo XX, señalaba al sentimiento de inferioridad como el núcleo a partir del cual se edifica nuestra personalidad. Gracias a la angustia que nos producen nuestras deficiencias, activamos los resortes de que disponemos para sobreponernos a ellas y llegar a ser alguien.
I-EL CAMINO HACIA LA EXCELENCIA (Y POR QUÉ SE BORRAN LAS HUELLAS)De modo que resulta legítimo inferir que, si llegamos a alcanzar, por fin, la excelencia en la que queden redimidas nuestras insuficiencias, no hemos hecho sino añadir una capa más a la cebolla de nuestra personalidad: también en este campo de lo moral, lo superior sería sólo una elevación que se sostiene sobre los pilares de lo inferior, lo mejor no es sino la capa visible y manifiesta de lo peor, que late más al fondo, la virtud, en suma, es una derivada del vicio. Así mismo lo decía Nietzsche: “Lo peor es necesario para lo mejor del superhombre”. O bien: “La creación de valores morales es, en definitiva, consecuencia de sentimientos y consideraciones inmorales”. Kierkegaard aportaba a esta misma idea los matices propios de su religiosidad: “La bienaventuranza solamente se vislumbra a través del pecado”.
I-EL CAMINO HACIA LA EXCELENCIA (Y POR QUÉ SE BORRAN LAS HUELLAS)Pero resulta difícil saber o aceptar que somos una paradoja viviente. Una vez alcanzadas las cotas desde las que podemos sentir que, más o menos, hemos compensado nuestras insuficiencias, tendemos a dejar de advertir que también ellas forman parte de nosotros, a expulsar sin contemplaciones a la zona sombría de la personalidad a nuestras entrañables deficiencias, sumiéndolas en el silencio y el olvido. Entonces, tales deficiencias sólo tienen un modo indirecto de transpirar, de asomarse en nuestras conductas manifiestas: a través de la prepotencia y la soberbia, síntomas que exhibe precisamente quien cree que ha llegado a sus formas de ser compensatorias directamente, sin la ayuda de aquel sentimiento de inferioridad que, pese a todo, sigue tutelando nuestros logros. Sólo puede recibir los dones de la humildad quien sigue sabiendo que las excelencias a las que su personalidad ha logrado acceder son nada más que un préstamo que le han hecho sus deficiencias. Por el contrario, quien se oculta a sí mismo su parte menos afortunada está alimentando un peligroso parásito en su alma: “Todas las verdades silenciadas se vuelven venenosas”, decía Nietzsche. Y Carl Gustav Jung, desde posiciones aún más próximas al estudio de las psicopatologías, afirmaba: “Aceptando el propio pecado se puede vivir con él, mientras que su rechazo trae consigo incalculables consecuencias”.
I-EL CAMINO HACIA LA EXCELENCIA (Y POR QUÉ SE BORRAN LAS HUELLAS)

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