
Largas revueltas y protestas contra la segregación se sucedían en Norteamérica y los actos de violencia hacían su aparición: Un atentado contra la residencia de M. L. King y una explosión en el jardín de la casa de Nixon levantaron la alarma. Entre tanto, los negros cansados de la lucha presentan demanda ante un Tribunal Federal, para poner fin a la segregación. Mientras y a fin de conseguir la integración social, el Movimiento “Junta Cristiana del Sur”, del que King era presidente, había encontrado su profunda y potente filosofía de la “no violencia”; en medio de virulentas protestas, había convocado las marchas pacíficas, primero sobre Birmingham y después sobre Washington, el 28 de agosto. Al terminar la macha, el presidente Kennedy recibió a los organizadores con la frase:”Yo también tuve un sueño”. Martín recibió el premio Nóbel de la Paz el 10 de diciembre de 1964; y, tristemente, cuatro años más tarde, fue asesinado en un motel de Memphis.
La mística inspiradora del movimiento de la no violencia encontró doctrina y estrategia en las corrientes filosóficas y credos religiosos que convergen en el pensamiento e ideas del cristianismo, primando sobre otros; en tal combinación Luther encuentra el método de lucha de un pueblo oprimido. El amor cristiano será el alma del Movimiento, Jesucristo le proporciona el sentido y Gandhi, el método.
No se debe olvidar que en EE. UU. la retórica política se reviste con frecuencia de visos y matices religiosos; precisamente, los discursos de aceptación de Lincoln y el de toma de posesión de Obama estuvieron plagados de referencias al patriotismo y a la firme confianza en Dios “tan poderoso y propicio para la Nación” ; es habitual ver que los presidentes de allí tienen la costumbre de invocar la religión y la democracia sin subordinar la una a la otra; la sociedad silenciosa de América acepta con normalidad el pluralismo religioso. La gente corriente, cuando Martin entró por los derroteros de sus sueños se entusiasmó y, en general, tuvo una reacción afirmativa; cuando dejó de leer y se pasó a contarles su vivencia, los oyentes se sintieron electrizados por la palabra cálida de un “predicador” vivo y cercano que llega al corazón; por tres veces cita la afiliación divina en el fundamento de la igualdad entre los hombres y, en su sueño, con palabras de Isaías les dice que “algún día los valles se harán altas cimas”, para finalizar: “Seremos libres gracias a Dios Omnipotente”, que luego pasó a epitafio de su tumba.
Y así la igualdad humana en América ha alcanzado niveles de gran satisfacción, aunque quedan muchos aspectos de la discriminación que solventar. El trabajo sigue aún sin terminar, poco a poco va llegando.
C. Mudarra