Revista Cultura y Ocio

I’ve got you under my skin – @PabloBenigni1

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Cuando no estás paseo por las calles que tienen tu nombre, levito por ellas y toco las paredes, y eso a veces puede quedar tierno, perturbado, obsceno, bastante Weird y desde fuera puede que gracioso, pero bueno, un poco de cada una esas cosas soy yo, y cuando se trata de ti nunca me ha dado miedo mostrarme tal y como soy.

A veces también me meto en los portales de los edificios que tienen tu nombre, hasta que una persona que vivía allí me preguntó si esperaba a alguien, una señora mayor con el pelo blanco, muy blanco, casi parecía una bruja de la de los dibujos animados, tenía acento inglés, luego me confirmó que era de Inglaterra, y le dije la verdad, que iba buscando sitios con tu nombre para estar dentro, para sentirte de alguna manera, y lo más raro de toda la situación es que no puso ninguna cara extraña o mueca mientras se lo contaba, me dijo que pasara a su casa, y yo, que soy muy educado e ingenuo entré, me imaginaba una casa llena de boticarios, con pócimas y un extraño humo saliendo de una olla grande que irradiara un líquido verde fosforito, pero no, era una casa bastante elegante, me gustaba su estilo, era elegante sin ser pretenciosa, y con un sofá cómodo, todo el mundo sabe que los pijos no tienen sofás cómodos, y ella parecía que llevaba una buena vida, la casa era bastante grande como para una persona, le pregunté si vivía sola, me dijo que si, que siempre vivió sola, le pregunte que para que quería tanto espacio, muy atrevido yo, me dijo que para esconder los cadáveres de los chavales perdidos que encontraba merodeando por su rellano, me reí incómodamente esperando a que dijera que era broma, pero me preguntó si quería algo de beber, le dije que lo que quisiera ella me parecía bien y abrió una botella de vino, yo aún no entendía que hacía allí, pero en ese momento de melancolía absoluta no me apetecía estar solo, y a veces contarle tus cosas a alguien que no te conoce te da una perspectiva diferente, aunque luego yo siempre acabe haciendo lo que me da la gana hacer.

Ella no sonreía, lo cual me acojonaba mucho, pensé en si el vino llevaría algo, pensé en “la broma”, pensé en ti y en lo mal que te sentirías si descubrieras que me han matado por meterme en un edificio con tu nombre, pensé en si la señora quería sexo conmigo, pensé durante una milésima de segundo esa opción, bebí vino para tragar la situación, ella se sentó en frente de mí y me miraba mientras yo bebía, ya por hacer algo, por incomodidad, ella bebía y hablaba del vino, parecía saber de vinos, me habló sobre su sabor y de porque su sabor era así, y me resultaba interesante, pero no paraba de pensar en qué hacía allí, y en contarte esta situación alguna vez, le pedí que me sirviera más vino para que pudiera darme cuenta de los matices que ella me intentaba explicar con vehemencia, al menos me tranquilizaba escucharla hablar y no verla quieta mirándome, pero yo me tenía que ir y empecé a hacer amagos, le dije que había quedado, era mentira, ella insistió en que me quedara y me estuvo enseñando la casa, grandes habitaciones vacías, cintas de VHS en las estanterías, en una de ellas leí, entierro del Papa, en muchas otras, ley y orden, es curioso como a veces una persona se encuentra con cosas que le resultan familiares casi sin quererlo, me estuvo enseñando sus dos baños, contándome que casi se mata una vez en la ducha mientras se masturbaba con la alcachofa, se partió a reír, carcajada limpia  y yo ahí riéndome como si tuviera un palo metido por el culo de lo incomodo de la situación, finalmente me llevó a su habitación, curiosamente era la más pequeña de todas, pero decía que era la que mejor clima tenía y en la que menos escuchaba a los vecinos, que era su pequeño bunker, tenía muchas muñecas, todas de su infancia decía orgullosa, le pregunté a que se dedicaba antes, me dijo que había sido prostituta casi toda su vida hasta que se casó con un cliente y que luego montaron un negocio de lavado de coches en España, los penes duros y los coches sucios siempre dan dinero, dijo, me vinieron mil preguntas más pero cuando me enseñó su armario con fustas, correas y vibradores me entraron unos nervios fríos por la frente y la espalda que me dejaron paralizado, me comentó que a su marido y a él le iban los jueguecitos, así los llamaba, que su amor nació de las rarezas que les unían, cuando se contaban cosas que no les contarían a nadie por pudor, y se veían reflejados en el otro se encontraban consigo mismos, y que ese armario solo era la punta del iceberg, que disfrutaban de las manías del otro, de los que les hacía ser quien eran, y pensé en ti y en mí, y entonces me dijo que ya me tenía que ir, le di las gracias por el vino, por su hospitalidad y por no echarme del edificio pensando que era un pervertido, antes de salir por la puerta me paró (y me acojoné, ¿Os he dicho ya que me acojono con facilidad?) y me dijo que otra cosa que les unía era que cada vez que les pasaba algo, ya fuera algo normal, ver algo, leer algo o que nos pasara algo bizarro, lo primero que les venía a la cabeza era el comentarlo entre ellos, y que en esos momentos se daban cuenta de lo unidos que estaban, y que ahora yo tenía algo que contarte, porque nos tenemos bajo la piel, le di las gracias por aquello y me vine corriendo a contártelo, que I’ve got you under my skin…

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