A sus setenta y ocho años Francisco Ibáñez no ha dejado el lápiz y sigue produciendo sus historietas llenas de humor e ironía que tanto gustan a niños y no tan niños. Sus primogénitos, Mortadelo y Filemón, están en los 56, pero no tienen intención de marcharse de casa y cada vez requieren más tiempo, atención y cuidados de su padre. Hay que partirse el espinazo para vender unos 200 millones de ejemplares de las aventuras de ese par de pájaros que ya han pasado al cine y que, dependiendo del país, se llaman Flip y Flop (Dinamarca), Flink uch Fummel (Suecia), Älli ja Tälli (Finlandia), Mortadelo e Salaminho (Portugal), Antupie kai Symphonie (Grecia), Futt et Fil (Francia), Clever und Smart (Alemania) y así hasta la extenuación.
Pero no son los únicos. También están Pepe Gotera y Otilio, el botones Sacarino, el enloquecido vecindario de 13 Rue del Percebe (Ibáñez asegura que desde que sacó esa historieta no le dirige la palabra ningún vecino de su propio edificio) y el inefable Rompetechos. Éste es quizá el más querido por el creador. No sólo porque es el único que subsiste, con Mortadelo y Filemón, sino porque es el que más se parece a su “padre”: ambos son calvos, bajitos y, si les quitan las gafas“, a los dos hay que llevarnos de la mano a casa”, dice Ibáñez. Y añade: “Tiene una gran ventaja, y lo digo ahora porque antes no me atrevía: los demás van en parejas o tríos, eso es mucho trabajo. Este es un solo personaje, solo y chiquitajo, así que cundía bastante, te ventilabas las páginas en nada”. El propio Ibáñez se ha caricaturizado numerosas veces en sus historietas, llegando a ser un personaje más e incluso el principal en algunas. Se presenta en estas ocasiones como un individuo engreído que cobra muchos millones por dibujar y también (esto se acerca más a la realidad) que trabaja mucho, aunque sus propios personajes hacen burla de su capacidad para dibujar bien.
Así ha funcionado Ibáñez durante algo más de medio siglo: estrujándose la mollera a cada página, haciendo el guion y los dibujos, y currando como un salvaje. Un ejemplo: sus personajes son mayoritariamente calvos porque dibujar una pelambrera lleva más tiempo que pintar un cráneo mondo y pelado. Mortadelo es alopécico absoluto y Filemón porta dos únicos cabellos que llevan resistiendo ahí casi cinco décadas. La verdad es que apenas tiene competencia: “es una verdadera pena y no lo digo por cinismo, sino porque me jode. Aunque el lector de Mortadelo ahora sea mayor, el cómic empieza con los niños. Cuando sólo tenían los tebeos, los niños los leían, los releían, se los dejaban a los amigos, los alquilaban… Cuando el tebeo terminaba su vida activa, lo exprimías y chorreaba. Pero ahora los niños están con las videoconsolas y eso ha acabado con la historieta”.
Dice Ibáñez que los niños ya no leen: “Alguna vez se lo he comentado a escritores que conozco. Les digo: ‘Mira, hay unos bichos terribles que a los niños les dan pánico: las letras. Si empiezan con unas pocas letritas y nuestros dibujos, amables, graciosos, puede que pasen a Guillermo Brown, luego a Emilio Salgari y así hasta llegar a vosotros. Si no pasan esos primeros escalones de lectura, no os extrañéis luego de que no os lean’. Es lo que pasa con los videojuegos. Muchos niños saben leer sólo a trancas y barrancas”.
Será que los tiempos han cambiado, será que ya no hay dibujantes con la capacidad de crear historietas como las de Ibáñez, pero nos resistimos a aceptar que personajes como Mortadelo y Filemon, Sacarino o Rompetechos no tengan cabida en las horas de diversión de los niños de hoy.