Sorprendente resulta este Ibis, de Ovidio, que leo en la traducción profusamente anotada de Ana Pérez Vega para la editorial Gredos.
El autor latino, que ya tiene cumplidos los 50 años, está siendo mancillado de forma agria y continua por una persona a la que, en este poema, contesta con imprecaciones inauditas. Ovidio manifiesta sin ambages su voluntad de atacar a quien lo denigra, aunque no sea su estilo ni su costumbre ("Sea quien sea él -pues de momento, a pesar de todo, callaré su nombre-, obliga a mis manos, desacostumbradas, a coger las armas"). Y lo hace porque el anónimo malvado intenta aprovecharse de su desgracia y su destierro ("Lucha por adueñarse de las tablas de mi naufragio"). Rota la amistad que le unía a este pérfido, ahora son enemigos irreconciliables ("Nuestra paz será, mientras a mí me quede vida, la que suele haber entre los lobos y el desvalido ganado").
Con la misma astucia secreta que desplegaría después Cervantes para mantener en silencio el nombre auténtico de su rival Avellaneda, Ovidio prefiere camuflar de niebla la identidad de su adversario ("Ni diré tu nombre ni diré tus culpas en este libelo"), y por eso lo bautiza con el nombre del pájaro Ibis. Eso no le impide lanzarle su odio con toda virulencia ("Que ni tu cuerpo ni tu mente, enfermos, estén libres de quejoso dolor. Que la noche te sea más pesada que el día, y el día que la noche. Que siempre seas desgraciado sin que a nadie le duela tu desgracia: que mujeres y hombres se regocijen en tus infortunios. Que el odio se sume a tus lágrimas, y que se te crea digno, a ti que sufres muchos males, de que sufras muchos más"). Ese odio visceral no menguará con el paso de los días ("Me alimentaré siempre [...] de la esperanza de tu muerte") y se prolongará hasta más allá de lo pensable ("Ni siquiera la muerte pondrá fin a mis iras").
Como cierre, el poeta latino le dedica a su anónimo enemigo casi cuatrocientos versos de tetánicas maldiciones, en las cuales suplica a los dioses que viertan sobre él docenas y docenas de torturas, con el fin de que su existencia se transforme en una pesadilla que ni la muerte modere.
Y es que la venganza puede ser, en ocasiones, un refugio, un desahogo, una necesidad...