A veces el titular puede encerrar extensión en demasía; tal cosa ocurre en este encabezamiento pues el Pirineo de Huesca es amplio como para no poder comprimirlo en un artículo. De modo que lo dejaré en “apuntes sobre algunos ibones del Pirineo de Huesca” cerca ya de saltar hacia las cumbres de Francia.
Amanece en brillos y laureles en el Refugio de Bachimaña cuando los montañeros, mochila y botas, salen para despedir estrellas y saludar madrugadas. Dejamos sin nombrar los embalses cercanos al Refugio pues son construcciones recientes y continuamos entre peñascos y alturas de impacto en el corazón.
Atravesamos el arroyo de anchurosas aguas y alguna que otra cascada de mayor o menor tamaño, acaso las botas se nos mojan y aún más se baña el espíritu de emociones y alegrías; así continuamos entre la reducida floresta de montaña y la amplitud de rocas hasta llegar a los Ibones Azules en una especie de pradera de seda verde. Unos metros más arriba llegaremos al Ibón Azul superior.
Ibón Azul inferior. Al fondo los Picos del Infierno, uno de los más reconocibles del Pirineo por su amplia veta de marmórea piedra,el Pico de Piedrafita al fondo y el comienzo del Circo de Vignemale.
Caminamos hacia el Garmo Negro, abajo queda Panticosa y el río Calderés con la Cascada de Bozuelo y otras fantasías de agua y de sueños. Delante de notros juegan en pequeños vuelos las chovas pidiendo migas de pan, las cabras rumian hierbas y tiempo, alguna marmota lanza sus gritos al retumbante eco. Llegamos a los llanos de Arnales entre rocas y senderos retorcidos, con su escondido ibón.
El Ibón de Arnales es un amplio reducto de agua donde acuden las aves, los saltarines animales, los pequeños roedores, donde se reflejan las hadas en las noches silenciosas de luna clara cuando acuden a visitar a la Marigüena, buena madre de todas las criaturas.
Superamos la majada y el Valle de las Argualas donde es fácil encontrar otros montañeros que van y vienen en nuestro misma ruta o en otras que por aquí cruzan y llegamos sudorosos y entusiastas a la cima del Garmo Negro, brillante de fuego al amanecer, dorado de luz reflejada en esta hora del mediodía. Desde aquí la vista nos lleva a la lejanía, la fantasía hasta el infinito, la voluntad hasta lo eterno.
Hemos hecho cumbre en el Garmo Negro, dicen que en las noches de tormenta se escuchan desde muy lejos las quejumbrosas voces de los Omes Granizos que buscan cuevas donde refugiarse.
Desde el Garmo Negro contemplamos los Ibones de Pondiellos allá abajo. Frente a nosotros los Picos del Infierno con esa veta marmórea, como si fuera una porción de nieve perpetua, que los hace tan reconocibles desde la distancia. Vemos el Pico Balaitus.
- - Mira, parece un pato lanzándose ladera abajo! Me dice Jose señalando una mancha de nieve que está más a la derecha de Pico del Infierno oriental.
- - Tal semeja, tienes razón. Convengo con él.
De esta suerte pasamos un buen rato sobre la cima, descubriendo nombres de picos más cercanos y más lejanos, poniendo nombre a la forma cambiante de las nubes que nos sobrevuelan, imaginando figuras de otras manchas de nieve que se mantienen entre los Ibones de Pondiellos y la ladera de los picos. La tarde comienza a encresparse entre el movimiento de las nubes, por eso decidimos regresar a terreno llano antes de que los Bulturnos nos traigan un griterío de brujas de las que no conocemos sus intenciones.
Javier Agra.