Revista Cine
Dirección: Veronika Franz & Severin Fiala
Tercera y última parada de este breve repaso a aquellas películas de terror que han dado que hablar a lo largo del pasado y presente año. "Goodnight Mommy" (título en inglés, obviamente) es la que menos repercusión mediática ha generado, seguramente por ser austriaca y estar hablada en alemán, pero la que más me ha gustado de este grupo, sin que tal cosa signifique que sea una gran película. Es buena, sí; es atípica en su ejecución del terror, sí; y, más importante, no tiene miedo de meterse de lleno en el abismo y la locura humana. Sin duda que se las recomiendo, pero vayan preparados, pues tampoco es una propuesta de fácil digestión.
Lukas y Elias son dos hermanos gemelos que se están quedando con su madre en una casa lejos de la ciudad, aislados del resto de la población, Los chicos juegan, pero algo no anda bien: su madre ha tenido una cirugía en el rostro, se encuentra toda vendada, y no actúa de la misma forma en que los chicos la recuerdan, amorosa y amable. Por lo tanto, las dudas sobre su identidad se irán acrecentando de manera inimaginable, pues éstas deben aclararse de alguna forma.
"Ich seh, Ich seh" es una atípica historia de terror en el sentido de que es un terror distinto en sus formas, en su ejecución, no tanto en el fondo de la historia, al fin y al cabo bastante conocido. La directora y el director filman su progresiva caída a los infiernos de manera contenida y anticlimática, sin estridencias de ningún tipo, incluso cuando la cosa no puede ser más mortífera. Apenas hay diálogos, la banda sonora se reduce a su mínima expresión (su presencia se justifica principalmente por el carácter onírico de algunas imágenes, no para hacerte sentir miedo), la cámara en general está quieta (y cuando se mueve no parece estar siendo manejada por alguien con Parkinson, sólo presenta un leve y delicioso vaivén)... A grandes rasgos, la dirección evita todo tipo de manipulación hacia el espectador, evita la imagen audiovisual tendenciosa: no te dice que debes tener miedo en determinado momento porque un tremendo ruido envuelve la acción o porque la cámara no se puede quedar quieta, simplemente construye un escenario y deja que uno sea el que se deje llevar por la violencia de la situación. De todas formas, la ejecución formal de la dirección es la punta del iceberg de una película muy bien construida: la frialdad y la neutralidad de la imagen se complementan a la perfección (y de manera disimulada) con el retorcido juego narrativo en el que tanto víctima como victimario (cuyas identidades siempre están en duda, para más juego) invierten roles una y otra vez, sin que uno sepa quién es quién y por qué es uno u otro. Lo interesante del asunto es que durante el primer tramo se elabora un relato, y luego llega el punto de inflexión en que cada elemento narratológico comienza a tergiversarse y fundirse con los demás, formando otros relatos; eso sí, esto implica que el primer tramo pueda considerarse algo estático en su narración. No obstante, lo cierto es que todo es parte de un calculado plan que se cocina a fuego lento, y lo pausado del inicio es la base de todo. Es hasta fascinante en tantos sentidos: primero, porque la premisa argumental es el detonante de más relatos llenos de matices y capas, dicho de manera rápida, sobre lo humano; y segundo, porque se desarrolla en base a una suerte de mecanismo dominador-dominado típico de algunas cintas de índole sexual, sólo que el tema acá no es la maldad o el sadismo o alguna rebuscada forma de justicia, simplemente son las consecuencias de la pérdida de confianza y, de nuevo, la debilitación del amor. Y claro, tampoco es que la dirección ponga énfasis en la confusión de roles (a pesar de utilizarlo tan bien), pues lo importante es el componente psicológico de la trama y no tanto su mencionado juego narrativo. Irónicamente, lo psicológico es lo que menos me ha gustado de la película, pues la dirección busca darle una razón al juego desplegado, y para eso se sacan una revelación (el giro argumental) que además de ser previsible (si ponen atención a los movimientos de los gemelos en los planos iniciales se darán cuenta) no aporta nada al juego narrativo, que es lo que atrae sin importar qué. Muy probablemente la cosa habría sido mucho más fascinante, intrigante y terrible si no hubiésemos encontrado "la" razón de todo, el porqué, si todo hubiese sido parte de algo sin solución; lo habría hecho aún más terrible, no saber si la premisa era infundada o no.
Aún así, me ha gustado la película pues a pesar del recién apuntado reproche pienso que tiene una construcción narrativa y ejecución formal dignas de profusos elogios: es una manera distinta de incomodar, de crear una atmósfera malsana y perturbadora; ciertamente más potente que el ruido envolvente y el efectismo visual. Pero lo mejor de todo es que la dirección se adentra sin miedos ni concesiones en el abismo humano y la ambigüedad psicológica, dando como resultado una película cruda, arriesgada y coherente. Sin duda lo mejor de este fin de semana más descafeinado de lo que esperaba. Brindemos.