De forma pausada pero con paso firme, Ida, estrenada en nuestro país en marzo y ganadora del Festival de Gijón en 2013, ha conseguido colocarse como una de las grandes películas del 2014, con su triunfo en los Premios del Cine Europeo, y por ser la principal candidata a llevarse el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en la próxima edición de febrero.
Ida narra la historia de una joven en los años 60 que antes de ingresar en un convento como novicia debe pasar unos días con su única pariente viva, una tía abogada conocida por sus vinculaciones comunistas. Durante estos días, y en forma de peculiar road movie, Ida descubrirá, a la vez que nosotros, un mundo que no conocía.
El hecho de que Ida se desarrolle en un terreno tan desconocido para muchos como es Polonia, en la que los reductos de la Segunda Guerra Mundial están aún presentes, no impide un completo disfrute y entendimiento de los hechos narrados: la búsqueda de los orígenes que emprenden Ida y Anna podría hacerse, por ejemplo, en nuestra España con numerosos muertos en las cunetas. Así, los guionistas Pawel Pawlikowski y Rebecca Lenkiewicz plantean la historia con bella sencillez, enfrentando a los personajes y su representación de la espiritualidad y el materialismo sin caer en feos maniqueísmos.
Además, Pawlikowski dota a Ida de un aspecto de película de otro tiempo, con un 1’33:1 académico y un hermosísimo blanco y negro repleto de grises. Pawlikowski se recrea en la delicada composición de todos los planos, siempre con ánimo narrativo aun siguiendo un enorme esteticismo. No hay cabida aquí para el artificio visual gratuito sino que el plano siempre tiene una intención, ya sea sugerir una presencia superior dejando a los personajes aislados abajo del encuadre, o mostrarse pudoroso alejando la cámara ante los descubrimientos de la protagonista. Pawlikowski lleva hasta las últimas consecuencias su compromiso con el estatismo cuando al terminar la película libera su cámara y, en consonancia con el fin del viaje de Ida, la sigue en dos maravillosos planos finales que rompen ese compromiso pero abrazan el nuevo status de la protagonista.
Uno de los grandes logros de Pawlikowski es traernos una realidad completamente ajena, de la que casi no tenemos ningún asidero referencial, y hacerla nuestra: el viaje de Ida puede ser el de cualquiera de nosotros hacia el descubrimiento de una espiritualidad que parece olvidado bajo un manto de consumismo y concupiscencia.