Para el cinéfilo humilde que consume Harry Potter, Juegos del Hambre y Hobbits, el ver esta película sería un shock a su sistema al grado de dejarlo catatónico. De inmediato les causaría nauseas y emprendería la huida de la sala de cine para reclamar la devolución de su dinero. No porque contenga imágenes detestables, si no porque se comunica en un lenguaje extraño al cual no estamos acostumbrados.
En estos tiempos donde la tecnología nos ofrece colores en alta definición, el director Paweł Pawlikowski manda al demonio la cámara digital y nos ofrece su obra en blanco y negro, además de una relación de aspecto parecido al de una televisión. Lo que parecen caprichos (algo incómodos para la audiencia), resultan ser un homenaje al cine polaco porque al igual que la trama que se desarrolla en los años 60s, se acostumbraba filmar en monocromo y en ese aspecto.
La historia gira alrededor de un momento crucial en la vida de Anna (Agata Trzebuchowska), y como días antes de tomar los hábitos de monja se le pide visitar a su tía Wanda Gruz (Agata Kulesza). Una solicitud inofensiva, si no fuese que destapa un pasado que se creía olvidado, a tal grado que modifica por completo la identidad de nuestra protagonista.
Quede fascinado en como el director Pawlikowski en sus aparente calma, enmarcaba a dos protagonistas que sin decir una sola palabra, mostraban el peso de un pasado que las atormentaba. En especial Wanda Gruz, quien es brutalmente interpretada por la actriz Agata Kulesza. Cada una de sus escenas era una demostración de carácter y fortaleza que rivalizaba con cualquiera. Su personaje está incluso por encima de la ley, y aún con todo el poder, nunca ha logrado perdonar sus errores que le han costado su felicidad. De verdad es cautivante.
Para Wanda la aparición de su sobrina es el recordatorio viviente de una etapa llena de dolor, mientras que para Anna esto resulta una inconveniencia terrible que nunca pidió. Por más cordialidad o lazos de sangre que puedan existir entre ambas, siempre termina con una reacción de rechazo porque ambas no aceptan los estilos de vida que han elegido. Es entonces que se vuelve imperativo para Wanda tratar de despertar en su sobrina a los placeres del mundo que Anna a decidido ignorar.
Es al final donde la película desafía las expectativas, porque sin intentar ser evidente, transforma por completo el personaje de Anna en un individuo capaz de reforzar su identidad. Lo que simulaba en su ejecución ser anticuado, el libreto jamás lo es.
La protagonista que no es actriz profesional, se la pasa la mayor parte del filme sin demostrar a la cámara su angustia o cualquier otro sentimiento. Es el director quien acepta inteligentemente el reto de utilizar recursos visuales para comunicar el estado de animo de Anna. Admito que al no existir demasiado estimulo del que estamos acostumbrados: con actores declarando sentimientos, golpeando, llorando o frunciendo la ceja; resulta ser desconcertante y llegas a catalogar la película como lenta, pero es porque no entendemos el transfondo de lo que ocurre. Para entender uno literalmente uno debe de recurrir a videos donde me expliquen como están compuestos los planos, la complejidad del vestuario, y sí, hasta el color. No debería de ser necesario, sin embargo se comprende.
Me siento incapaz de expresar en estas breves líneas todos los motivos del porque me ha gustado ‘Ida’. Lejos de justificar sus meritos en el aspecto técnico, puede decirles que disfrute la dualidad que existe entre sus protagonistas y sobretodo el desenlace que sigo tratando de entender. Lo que se veía como la evolución natural de una protagonista, lo evade con una decisión opuesta a lo que nosotros podemos catalogar como felicidad.
Si tienen oportunidad, no duden en mirar esta obra y no sean egoístas en pensar que debe de rebajarse para ser accesible a su audiencia. A veces, también nosotros debemos poner de nuestra parte para comprender, y eso no es siempre malo, porque descubrimos otra forma de ver la vida, el arte y el cine que decimos querer.