Revista Cine

Ida Lupino, 1953 (I)

Publicado el 08 febrero 2021 por Josep2010

Ida Lupino, 1953 (I)Nacida en Londres en febrero de 1918, Ida Lupino empezó su andadura en el cine de la mano de un primo en 1931 y después de haber trabajado en media docena de filmes británicos coproducidos por la Warner Bros., ya en 1934 aparece en Hollywood como coprotagonista de una comedia y a partir de ahí intervino en películas de todo tipo y evidentemente aprovechó muy bien los rodajes en los que intervenía como actriz para sentar las bases de una carrera impensable como directora de cine.
Impensable porque a mediados del siglo pasado las mujeres debían esforzarse de verdad para que las tomaran en serio; ya lo mencionamos respecto a la lucha de Olivia de Havilland por ser libre como actriz y volvemos a remarcarlo ahora porque algunos quizás olvidemos injustamente que Ida Lupino, además de ser una muy buena actriz de reparto y ocasional protagonista, fue también guionista y directora y ha dejado muestra de sus capacidades.
Lejos de ceñirse ridículamente en postulados específicos Ida lupino ejerce su femineidad situándose a la par de sus colegas masculinos sin optar por tramas que puedan considerarse más apropiadas para el sexo femenino y escribiendo o eligiendo guiones que carecen de contenidos y conceptos limitativos.
Decidida a ser libre, Ida Lupino constituyó con su segundo esposo Collier Young una productora con la que pudo ejercer su pasión de cineasta, después de ser ¡la segunda! mujer admitida en el sindicato de directores de cine.
En 1953 Ida Lupino rodó dos películas bien diferentes la una de la otra: no está mal para una cineasta a la que muchos miraban por encima del hombro y de reojo simplemente por su condición femenina, una cineasta que decidió seguir adelante sin más favor ni ayuda (de las inexistentes subvenciones mejor no hablar, por no alborotar el patio) que el reconocimiento del espectador que no puede sustraerse a la bondad de su trabajo que se nos muestra en dos historias dispares que reciben, cada una, el tratamiento oportuno de una directora que sabía lo que hacía.
Quizás porque Ida Lupino había trabajado como actriz en algunos buenos títulos del cine negro es por lo que sabía muy bien cómo funcionan los resortes y decidió escribir con Collier Young una trama de tensión, angustia y crimen dotada también de ciertos aspectos claustrofóbicos.
Ida Lupino, 1953 (I)The Hitch-Hiker (El autoestopista, 1953) es una película escrita y dirigida por Ida Lupino con un presupuesto ajustadísimo, un metraje que no llega a hora y media y mucho talento, empezando por el de la guionista y directora y siguiendo con el camarógrafo Nicholas Musuraca que se empleó a fondo siguiendo las directrices de la Lupino ya desde los primeros segundos de la filmación:
Vemos en una oscura carretera la espalda de un tipo que hace autostop y es recogido por una pareja que circulan en un descapotable y al poco detenerse el auto, abrirse la portezuela y los pies de un hombre y acto seguido un grito de mujer y unos disparos. La misma situación, abreviada, ocurre con otros dos vehículos.
Ya de día, estamos en el coche que conduce Roy, acompañado por su amigo Gilbert, que se dirigen hacia México cuando, por lo que comentan, todos creen que han ido a las montañas a pescar: se van de juerga de amigotes, lejos de las esposas y familia, casi huyendo, parece. Y ven a un tipo que está al lado de un coche parado en la carretera que les hace señal de parar, y lo admiten en su coche. Pronto sabrán por la emisora de radio que se trata de Emmett, al que buscan por varios asesinatos de personas que le ayudaron como autoestopista.
Emmett ha decidido que es mejor no matarlos de momento, porque no le gusta conducir y quiere que le lleven hasta una ciudad de México, en la Baja California, para desaparecer, así que a los amigos que iban de farra les queda por delante un amargo viaje de más de ochocientos kilómetros por carreteras desérticas con un psicópata armado en el asiento de detrás del coche.
Lupino mantiene la tensión con la incertidumbre de la supervivencia en un reducidísimo habitáculo, el del coche con que viajan, colocando la cámara en abruptos primeros y medios planos con un ligerísimo contrapicado que siempre resalta la preponderancia amenazante del viajero de atrás, mal iluminado pero manteniendo una figura letal. Y cuando por necesidad salen del vehículo -poner combustible, parar a comer- la cámara de Lupino se sitúa de modo que la claustrofobia sigue permanente, tanto si es dentro de una habitación en la que la amenaza armada deja reducida a la mínima expresión como si es en medio del desierto, cuando el orate criminal juega a tiros con sus prisioneros.
La situación es narrada con mucho brío por la cineasta que se inauguraba como la primera fémina en dirigir una película semejante y lo hace luciéndose: dosifica la acción manteniendo el ritmo de forma creciente porque usando con buen criterio el audio, se vale de la radio para dar contrapunto a la trama ya que las noticias inevitablemente reseñarán la carrera asesina de Emmett y también la súbita desaparición de Gilbert y Roy que evidentemente no están en las montañas donde dijeron iban a pescar y también son motivo de búsquedas por las fuerzas policiales. Lupino hace de la necesidad virtud igual que sus coetáneos cineastas de la admirada Serie B, y debiendo optar por la economía de material para efectuar el rodaje, aplica con sabiduría conceptos tan clásicos como olvidados: la elipsis visual hurta imágenes pero lo hará reforzando conceptos y el espectador avisado comprenderá en el acto y asumirá la tensión impuesta por una directora que está en todo detalle, hasta el más nimio, no en vano también es coautora del guión literario y se nota perfectamente que ha trabajado el guión técnico.
Ida Lupino como reputada actriz tiene suficiente mano para dirigir a sus actores -en masculino, pues no hay actriz alguna en esta película- que son el siempre eficaz Edmond O'Brien, un secundario habitual como Frank Lovejoy y el que roba la película, William Talman que ejerce de malvado Emmett de forma escalofriante, posiblemente el mejor trabajo de su carrera.
Ese trío de intérpretes aguanta perfectamente un rodaje en el que más de la mitad consiste en primeros planos y sin apenas sitio donde moverse y mantienen la tensión a que les somete una directora que sabía muy bien lo que debía hacer con la cámara para trasladar al patio de butacas la emoción de la incertidumbre relativa a la supervivencia de unos tipos que a pesar de la enorme economía de medios o quizás por la brevedad autoimpuesta con cuatro pinceladas magistrales se nos han hecho familiares y deseamos que puedan salvarse de una muerte anunciada.
Imperdible muestra de cine de Serie B con mayúsculas, una película fácilmente reinvindicable y por descontado de ineludible visionado, máxime cuando está al alcance de cualquiera.
Que la disfruten:
The Hitch-Hiker (se pueden activar subtítulos)

p.d.: otro día seguiremos con la otra película de Ida Lupino en 1953.


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