Revista Opinión
La idea. Es temprano. El metro. Un libro. Suben un montón de adolescentes. Alborotan. Son las hormonas. En la siguiente estación sube un mendigo. Acaba de salir de prisión, nos dice; lleva un plátano y un bocadillo en la mano. Alguno de los adolescentes disimula risa. Hay que hacerse el gallito a esa edad. El mendigo se enfada: "no estoy aquí por gusto". Busco una moneda. Se bajan en la misma estación.
La vuelta. Un hombre de unos cincuenta años. Con un óxido profundo de tristeza en la cara, como hubiera escrito César Vallejo. Una voz lenta. Voy a recitarles un poema. Es de Rosalía, en castellano. Busco una moneda. -¿Es usted gallego?- -No-, le contesto. Avergonzado de mí que no tengo más que una moneda para un ser humano que pasa hambre.
Llego a casa y el óxido profundo de tristeza viaja conmigo.
No me gusta nada este mundo del que son testigos los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos...