Librería Molist. La de antes
"Acaricia los libros con las manos, con los ojos, quizá incluso, tal vez, con el oído, el olfato y el gusto. Como si de las joyas más preciadas se tratara. Lee, oye, escucha, sugiere, orienta, resume, juzga, y ello sin fanatismos, dogmatismos, aunque sí con una dosis, suficiente y profiláctica, de escepticismo."Por mucho que crezcamos, idealizamos. Idealizamos a quienes amamos, los lugares que recordamos de niños, Proust idealizó una magdalena, a quienes nos emocionan... a los artistas, pintores, idealizamos los libros. Y también, idealizamos las librerías.
Pensamos que son templos, queremos tener una, ser libreros de letras, no por venderlas sino por vivirlas. Como lo hizo tal o cual personaje en una librería que fue ambulante, o encantada, o de verano o abiertas 24 horas y nos imaginamos detrás de un mostrador en una suerte de tertulia permanente e interesante con lectores que irían llegando de todas partes. Tal vez, por qué no, es nuestro ideal, unas escaleras enormes de esas con ruedas en la parte inferior, que rueden para alcanzar los libros más lejanos. Pero la realidad es diferente... Las librerías, esos pequeños cofres repletos de tesoros al portador, son negocios. no en el sentido peyorativo de la palabra, no, sino en el más básico. Por eso ahora también se ven afectadas por esta maldita crisis que no termina de dejarnos espacio. Y como tales encontramos expositores con novedades, Best Seller y profesionales de la venta detrás del mostrador. Vemos muchas con luces frías, y títulos conocidos, en las que nos puede costar encontrar esa rareza que tenemos tantas ganas de leer. No les condenemos por ello, entendámoslo... se trata de su negocio, independientemente de si es o no su pasión y como tal han de tratarlo; no sólo eso sino que cuanto mayor es la pasión más difícil ha de ser convertirla en negocio. Estoy segura de ello.
Pero que nos entiendan también a nosotros, los enamorados de las letras, de las librerías pequeñas y de tonos cálidos, de los libros. Y de vez en cuando, nosotros que idealizamos, encontramos una librería o un librero. Tal vez un lugar cuya semilla fue un hombre colocando libros en el escaparate de un almacén fuera el germen que necesitaba su hijo Enrique para convertirse en un gran librero. Estamos en A Coruña, en la Librería Molist, uno de esos lugares que nos cuentan una gran historia en cada pequeño espacio. Allí estuvo hasta no hace mucho Enrique Molist, un hombre que conocía su trabajo y cuya mirada encerraba las mil historias que había leído y la pasión por las que le restaban por leer. Uno podía llegar allí con una idea y salir con un descubrimiento bajo el brazo. Allí estuvo muchos años ayudando a escritores que comenzaban, recomendando libros, hablando de historias ajenas. Y lo haría muchas veces bajo la atenta mirada de Mercedes Muñoz, quien a buen seguro nos podría contar como entró buscando material de arte a esa librería que acabó siendo como una segunda casa para ella . Un lugar que generó incluso leyendas mil veces desmentidas sobre libros de estraperlo y que tal vez, sólo tal vez, quedarían como indicativo de que el propio lugar y su propietario estaba destinado a tener su propia leyenda, esta vez cierta, de generaciones entre paredes de tonos cálidos forradas de libros. Hoy, si decidís acercaros, encontraréis allí a la hija de ambos, Mercedes, una mujer apasionada de la que me han dicho que, si miras de frente, con atención, mientras te dejas llevar por el encanto del lugar y sus historias, puedes ver en sus ojos el mismo brillo que se veían en los de su padre. Una de esas sonrisas que no necesitan labios y que nos dicen que estamos ante un librero, de esos que tanto apreciamos, de esos a los que deberíamos cuidar.
Este fin de semana me acercaré a a Librería Molist sabiendo que el primer tesoro será pisarla. Llevo tiempo hablando en Facebook de rutas libreras, mostrando sitios, diciendo que hay que cuidarlas, mimarlas, visitarlas, conservarlas...Hoy estaré justo aquí.
Y vosotros, ¿Qué librería me recomendáis visitar?
Gracias