Durante una gran parte de nuestra vida no necesitamos pensar, no nos preguntamos por el ser de las cosas. Simplemente, contamos con ellas, las damos por supuestas, aceptamos el marco en el que nuestra vida se desenvuelve y nos movemos dentro de él sin cuestionárnoslo. En esa parte de nuestra vida estamos, pues, instalados en nuestras creencias, en la seguridad de que el mundo, la realidad es como es, y ya está. Pero a partir de un determinado momento ese mundo que dábamos por supuesto puede volverse problemático, y entonces dejamos de poder estar instalados en él, el suelo que antes pisábamos con firmeza se pone a temblar. La señal de ese cambio de lo firme por lo dudoso y enigmático es la aparición de la angustia. Tenemos entonces que construirnos de nuevo un suelo firme, pero ya no sirven para ello nuestras creencias anteriores: es preciso pensar, sustituir, apoyados en la imaginación, el mundo que dábamos por supuesto por otro que ha de surgir de nuestras ideas, de nuestro interior.