En sociedades predigitales, las identidades estaban restringidas a los círculos más próximos y el factor distancia era decisivo. Nuestras redes sociales convencionales estaban condicionadas por el lugar de residencia, trabajo, estudio... en cualquier caso, las posibilidades de aumentar el flujo de sociabilidad estaban muy limitadas.
Sin embargo, con la aparición de las redes sociales y la enorme predisposición con la que los usuarios las han acogido ha posibilitado que nuestro dispositivo de acceso a Internet tenga la posibilidad de acceder aun océano de datos personales que fluyen en esa entelequia que es la red. El usuario regala con sus interacciones banalidades y datos decisivos, sólo es cuestión de saber buscar y separar lo superfluo de lo innecesario. Pero en nuestro uso diario no discernimos entre un factor y otro. Estos datos, esta transferencia de nuestro yo real a nuestro superyó virtual está disponible para gobiernos y empresas y usarán la valiosa información para diversos fines.
Ya comentábamos hace unos meses cómo EE.UU solicitaba las direcciones de los perfiles sociales de los aspirantes a conseguir un visado. Les servía como primer filtro y excusa para denegar algunas autorizaciones de acceso a suelo americano. Por su parte algunas compañías aéreas los utilizan para que los usuarios elijan los sitios en los que quieran sentarse, en función de quién ocupará el asiento contiguo. Los primeros en elegir asiento con esta tecnología ceden su perfil digital para que los pasajeros que hagan su checking con posterioridad puedan elegir con quien compartir vuelos. Al escoger su sitio en el avión, podrá ver los perfiles de Facebook de los pasajeros que también hayan optado por la facturación social ofrece la compañía portuguesa TAP quien saca jugo de la identidad digital de sus clientes: Después sólo tendrá que escoger la compañía que le parezca más agradable para su viaje y, quién sabe, quizás descubra un amigo a bordo. El que no corre , vuela.
alfonsovazquez.com ciberantropólogo