A veces me da la sensación de que las tecnologías más que ayudarnos nos idiotizan hasta el punto de volvernos inútiles sin ellas.
Las grandes empresas crean en nosotros la necesidad de consumir y nosotros consumimos. Antes nadie tenía móvil y ahora, ¿quién no tiene uno? De hecho, afirmamos que no podemos vivir sin él a pesar de que antes nos apañábamos con las cabinas.
¿Qué nos está pasando?
Estamos llegando a un punto de dependencia tecnológica que asusta. Cuando salgo a la calle no hago más que ver gente con smartphones totalmente ajenos a lo que ocurre a su alrededor, embobados, enfrascados en un mundo del que antes ni siquiera se acordaban hasta llegar a casa.
Y yo no soy diferente. Desde que tengo el Iphone me he vuelto completamente adicta: que hay que recordar el nombre de la calle dónde he aparcado el coche, le hago una foto; que tengo que encontrar una calle, en vez de preguntar miro en Google Maps; que quiero hablar con alguien, lo hago por WhatsApp... y así con infinidad de cosas.
Se pierde la capacidad de recordar, de entablar relaciones, de charlar. Este autismo tecnológico es el gran "contra" de esta era móvil. Con esos pequeños ordenadores en el bolsillo estamos perdidos.
Mientras que leemos correos, contestamos comentarios en Facebook, twiteamos lo último que se nos ha ocurrido o indicamos nuestra posición en FourSquare, nos perdemos lo que pasa alrededor. La vida pasa detrás de nuestras pantallas de alta resolución y no nos damos cuenta.
¿Dónde está el límite?