Pierre Beaucage
En Canadá se utiliza la expresión «verano indígena» (été des Indiens) para designar unos períodos inesperados de calor que ocurren en pleno otoño, cuando normalmente hace frío. Sin embargo, este año, es en pleno invierno canadiense cuando se está calentando el escenario político indígena.
Hace seis semanas, Theresa Spence, jefa del pueblo indígena de Attawapiskat, en el norte de la provincia de Ontario, empezó una huelga de hambre para protestar contra las condiciones infrahumanas en que viven los 1200 habitantes de su comunidad, en particular el hacinamiento inaceptable de las familias en viviendas precarias e insalubres en una región donde las temperaturas bajan hasta 40 grados bajo cero. Esta situación, lejos de ser única en el país, es desgraciadamente común en las llamadas «reservas indígenas», o sea los territorios donde han sido relegados los pueblos indígenas después de la llegada de los europeos. La jefa Spence dijo que solamente pondría fin a su huelga de hambre si el primer ministro Stephen Harper y el gobernador general aceptaban recibirla para discutir de los problemas agudos que azotan a la población indígena.
Attawapiskat
Como respuesta, el gobierno federal canadiense, que tiene jurisdicción sobre el millón de indígenas del país, declaró que los problemas en Attawapiskat vienen de una «mala administración de los fondos». Pocos meses antes, la mayoría conservadora en el parlamento forzó la adopción de las leyes 38 y 45, leyes «mamút» que incluyen una limitación sin precedentes de los derechos indígenas sobre sus territorios y sus aguas frente a las empresas que explotan los recursos forestales, hidráulicos, mineros e hidrocarburíferos (petróleo y gas).
La huelga de hambre de Theresa Spence fue la chispa que encendió un descontento indígena creciente frente a las políticas neoliberales del gobierno federal. En todo el país, surgió un movimiento de apoyo a sus demandas y de repudio a la actitud gubernamental. Sonaron los tambores indios tanto en las aldeas remotas como en las grandes ciudades y en la mera capital Ottawa. Había nacido el movimiento Idle No More («Se acabó la inacción») que agrupa tanto a los indígenas de las zonas rurales como a los muchos que residen en las ciudades, en particular a la juventud. Otros canadienses, preocupados por los derechos humanos y el medio ambiente, se sumaron a la protesta.
Hace una semana, el gobierno canadiense convocó de improvisto a los jefes indígenas de la Asamblea de Primeras Naciones (APN), principal organización indígena del país, a un encuentro este viernes 11 de enero. Los periodistas independientes y los analistas políticos coinciden en que se trata de un intento (¡bastante burdo, además!) de desarticular el movimiento de protesta. Se trataría de ofrecer unos pocos millones a los líderes oficialistas para que se disocien de las reivindicaciones actuales y afirmen su confianza en el gobierno. La jefa Spence dijo que seguirá su huelga y no asistirá al encuentro porque se trata de un simulacro: no estará el gobernador general, lo que convierte la reunión en un banal intercambio de puntos de vista. El éxito de la maniobra gubernamental no está asegurado: las bases indígenas están presionando al liderazgo para que rechace las leyes 38 y 45 y que apoye a Theresa Spence. Dos asociaciones indígenas de Alberta (principal provincia petrolífera del país) acaban de iniciar, ante la Corte federal, demandas legales contra las dos leyes, que consideran anticonstitucionales, por negar la consulta previa y violar sus derechos territoriales insertados en la Constitución canadiense de 1982. Por los mismos motivos, en Columbia Británica, otro grupo indígena ataca ante los tribunales el Acuerdo sobre Promoción y Protección de las Inversiones Extranjeras (APIE) que el Gobierno canadiense acaba de firmar con China.
El «invierno indígena» actual recuerda mucho a la «primavera de los arces» (printemps érable) de Québec del 2011: lo que fue al principio una huelga estudiantil contra una subida de las matrículas desembocó en un amplio movimiento social que acabó por derrocar un gobierno corrupto que mandaba a su antojo en la provincia desde hace nueve años. Al igual que los estudiantes, los indígenas son una minoría en Canadá, pero se ven muy decididos y están ganando apoyos más amplios cada día. ¿Podrá este movimiento generar una ola de fondo capaz de poner en jaque al gobierno más reaccionario que Canadá haya conocido en medio siglo? Esta parte de la historia queda por escribir.
- Pierre Beaucage es antropólogo, Université de Montréal, Canadá.