Max Pavez plantea que: es una falacia decir “él (o ella) tiene su visión, pero no puede imponérsela al resto", y que la Iglesia sí puede hacerlo en temas morales. No obstante, su conclusión es errada.
Según Pavez, decir que una visión no se puede imponer, es una idea impracticable si la empleamos en diversos espacios de nuestra vida porque en todo momento existe “autoridad”, basada en “un saber socialmente reconocido”. Por tanto, negar la imposición nos llevaría a concluir que todo sería injustamente impuesto, lo que finalmente –y aunque no lo dice directamente- debilitaría toda noción de autoridad.
Bajo esa idea, concluye que el argumento –que extrañamente cataloga de progresista aunque es liberal clásico- es malo, pues no entrega razones, y sólo sería una falacia usada en el debate valórico, contra personas de inspiración cristiana.
Ergo, plantea que, “sí puede imponerse criterios, pero para eso se debe tener un "autoritas" o un "saber socialmente reconocido" o reconocido por otros. Y eso se llama "autoridad".
Y agrega, “De esta forma, la Iglesia ofrecerá sus criterios para decir qué es mejor, el matrimonio, el "triomonio" o el "homomonio", o sí es lícito defender la vida del que está por nacer, pues los temas morales son su competencia”.
Dos elementos centrales cruzan el argumento de Pavez para concluir que la Iglesia si puede imponer criterios morales al resto. La autoridad (que emanaría de un saber socialmente reconocido); y la imposición (que sería legítima para lo que el denomina autoridad). No obstante, la conexión argumentativa entre ambos elementos, es errada.
En primer lugar hay una clara confusión entre imponer con convencer. Para imponer no necesito dar razones, para convencer sí, y muchas, sobre todo en el debate público.
El médico, el profesor o el entrenador pueden ser consideradas autoridades reconocidas en el ámbito que les compete, pero no tienen la facultad de imponer algo socialmente. No entender esto, lleva a la segunda confusión de Pavez, en cuanto a las facultades que tienen ciertas instituciones o personas socialmente reconocidas, en una sociedad abierta.
No todas las “autoridades” socialmente reconocidas pueden pretender imponer sus criterios. Incluso aquellas con el poder para ello, debe cumplir y respetar ciertos protocolos, y la ciudadanía puede desobedecer si lo considera una imposición arbitraria. De lo contrario, estaríamos en una dictadura donde algunos imponen sus decisiones por fuerza. En este sentido, ninguna autoridad, sea religiosa o política, puede imponer -por fuerza o ley- una moral a sus súbditos. Aquí radica el principio liberal.
Pavez no logra explicar por qué la Iglesia tendría autoridad para imponer sus criterios sobre otros, en el ámbito moral. Sobre todo considerando que muchos ciudadanos no siguen sus doctrinas ni profesan la religión católica.
Lo cierto es que la Iglesia no es una institución con la facultad de imponer a la sociedad sus criterios. Puede imponerlos a quienes reconocen su autoridad, pero bajo ningún punto de vista a toda la sociedad, menos a quienes no la consideran como tal, ya sea porque no la siguen, tienen otras religiones, y por tanto otras autoridades.
Como todos, en la discusión pública, la Iglesia puede tratar de convencer con argumentos, pero no imponer su moral socialmente. Porque además, la Iglesia no tiene el monopolio en cuanto a los asuntos morales.
La misma regla se aplica para partidos políticos, el gobierno, los jueces, conservadores, progresistas, liberales, socialistas, y un largo etc.