Algo le está pasando a la sociedad para que nos estemos enterando de tantas cosas. Malas, por supuesto.Resulta que a la más respetable de todas las instituciones del mundo, la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, en adelante SICAR, se le acaba de descubrir que la mayor de las predicadoras de la honestidad no es sino el refugio masivo de los mayores fornicadores del mundo y que su afán fornicador, cuando no ha podido encontrar “fembras fermosas” no ha tenido reparo alguno en saciar su líbido con los únicos seres realmente inocentes de este mundo, los niños.
¿Por qué actúa así la SICAR? Porque su mayor preocupación no es el bienestar de la gente sino el suyo propio, porque necesita súbditos sea cual fuere el precio a pagar por ello, el hambre, la miseria, la expansión incontenible de la peste de nuestro siglo, el sida, para aumentar su grey, su inmenso rebaño con cuyas aportaciones se nutre, hay, por tanto,que fomentar todo aquello que promueva la natalidad y perseguir con el anatema todo aquello que la disminuya, con plena independencia de la realidad sobre el sufrimiento del ser humano.
Un pequeño apunte. Lo que acabamos de escribir contrasta con la estrategia de uno de los países más demonizados del mundo: China. En el inmenso país asiático se piensa todo lo contrario que en la SICAR: el bienestar del individuo está por encima de los intereses de la sociedad en la que éste se inserta, la abundancia de nacimientos supone simplemente, por una ley aritmética, que el acervo común a repartir disminuye paralelamente al aumento de la población, por lo que no es permisible, en ningún modo, que los seres humanos actúen como conejos en orden a la reproducción y se dicta una ley que prohíbe a los matrimonios tener más de un hijo.
¡Atentado a la libertad! No, una muestra de buen gobierno. En el país más superpoblado de la Tierra, traer hijos al mundo, para que sufran todas las calamidades que la existencia humana presupone hoy, es un crimen de lesa humanidad.
Resulta que los guardianes de la cosa publica, nuestros queridos gobernantes, esos inmaculados políticos, que tanto se preocupan por nosotros, lo hacen muchísimo más aún por ellos mismos de tal suerte que todos ellos, con muy pocas, poquísimas excepciones, acaban por meter la mano, de la peor de las maneras, en nuestros bolsillos, robando allí donde más fácil es hacerlo: en las presidencias de las comunidades, de la provincias, de los ayuntamientos.Resulta que el llamado Cuarto poder, ése que tiene por objeto vigilar para que los otros 3 se cuiden muy mucho de cómo hacen las cosas, ha devenido en ser precisamente el que peor las hace, de tal modo que, dependiendo, del diario que leas, la radio que escuches o la tele que veas, todos estos otros sujetos que acabamos de enunciar en los anteriores párrafos o son unos ángeles benditos, si son de su misma cuerda, o unos demonios entripados que deberían de arder en los mismísimos infiernos en lugar de estar aquí jodiendonos a todos, si son de la cuerda contraria.De tal modo que tenemos que contemplar impasibles cómo el que se dice máximo representante de Dios en la Tierra no sólo contempla sin mover una sola de sus dos manos cómo millones de niños mueren en las ardientes tierras africanas víctimas del sida mientras él afirma, con el mayor descaro del mundo, que usar los condones en las relaciones sexuales no sólo es el más nefando de los pecados sino además completamente inútil porque el famoso virus atraviesa las paredes de los preservativos como el que no quiere la cosa de tal modo que esta penúltima pandemia esta esquilmando a una gran parte de la humanidad tan impune como alevosamente, mientras los mandatarios de una de las iglesias más poderosas del mundo hace todo lo posible para que su virus siga intacto, el mejor de los caminos para su desarrollo y propagación, sin que los grandes medios de comunicación muevan una sola página, abran un sólo micrófono, enfoquen una sola de sus cámaras para contarnos, todos los días, lo que está sucediendo en aquellos auténticos infiernos.¿El silencio de los corderos? No, el silencio de los vampiros. Porque todo consiste en alimentarse, como tales bestias de ficción, con la humilde y escasísima sangre de estos niños famélicos que a su hambre unen ahora también el terrible azote de una enfermedad que se propaga en aquellos países con la mayor facilidad ante la criminal complicidad de todos los que habitamos este asqueroso mundo.Pero si oímos a todos esos que tienen a su cargo proclamar lo que sucede “urbi et orbi”, contemplaremos, asombrados, cómo vivimos en el mejor de los mundos posibles, en unas sociedades que se estructuran de la mejor de las maneras alrededor de algo que hemos dado en llamar mercados pero que no son sino los más sagrados templos del poder moderno, en donde los que tienen el poder auténtico, el económico, deciden, cada día, qué es lo que va a suceder en nuestras pobres vidas, ésas que ellos mismos dicen que son las más libres que puede siquiera imaginarse porque todo el mundo puede morirse de hambre en el lugar que él mismo haya elegido.Por eso yo, cada día, echo más de menos al autor de la más famosa de las requisitorias del mundo, “las catilinarias”, aquéllas que comenzaban con la más famosa de las apelaciones de la historia: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?” para enriquecer el acervo de las frases célebres con aquélla de “¿entre qué gente estamos, en qué país vivimos?”.Si Cicerón se indignaba con las felonías del tal Catilina, ¿qué no diría en estos nuestro tiempos?