Mi abuelo paterno fue un hombre de izquierdas con pocos pelos en la lengua. Subió al menos un par de veces veces al camión en el que transportaban aquellos revolucionarios de barra de chigre y boina, cuyo pecado era resultar desgradable al vecino de turno, adicto al régimen, da lo mismo cual, al de los que mandan, al de los que, en aquellos años, fusilaban sin preguntar, dejando los cadáveres enterrados en esas cunetas de las que el líder podemita los pretende desenterrar. Mi abuelo termino votando a la extinta Alianza Popular.
La Segunda República no fue modelo de paz y de democracia; tampoco los contrarios al golpe de estado se pueden poner de ejemplo; fueron quemadas iglesias, religiosos (y religiosas, para ser políticamente correcto), se asesinó, como sucedía en el bando contrario, por diferencias personales, a politicastros de pandilla más que activistas partidarios de la actuación militar.
Después de la muerte del dictador (uno se pregunta donde estuvieron todos esos políticos que dicen habernos devuelto la libertad en los años setenta, mientras duró el “régimen”) España vivió una transición ejemplar que debería haber cerrado viejas heridas, tanto ideológicas como personales. Pero no fue así, especialmente entre descendientes de una determinada izquierda revolucionaria, que predican cambiarlo todo para que todo siga lo mismo… con distintos dirigentes. El Sr. Iglesias se olvida de que la mera referencia a los fusilados por la dictadura lo descalifica para liderar un proyecto de futuro, porque los problemas de la “gente” (esa que tanto le preocupa) se alejan mucho de las cunetas en las que descansan tantos inocentes, de uno y de otro bando. Pretender arrogarse la razón porque son más los ejecutados por el régimen golpista, es un intento de reescribir la historia. Como dijimos tantas veces en este mismo espacio, tristemente, la victoria en un conflicto armado cae del lado que más muertos ocasiona en el otro. Tan simple como terrible. Descansen todos en paz.