Revista Filosofía

Ii-el tesoro (escondido) de nuestra insignificancia

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
Coincides con el punto de vista de Machado, Pilar. Es que me he acordado de un poema suyo muy filosófico y, como siempre, elocuente que, aunque por esta vez lo fío a la memoria, creo que decía así:
“El hombre es por natura la bestia paradójica:
un animal absurdo que necesita lógica.
Hizo de nada un mundo y, su obra terminada,
¡Ya estoy en el secreto -se dijo-: todo es nada!”

También León Felipe decía:
“...Yo no soy nadie, filósofos...
Y éste es el solo parentesco que tengo con vosotros”

Así, pues, y puesto que no vamos a andar negando la doctrina de estas autoridades, somos “nadie” o “nada”. Pero no sólo: como decía en un artículo anterior, creo que somos “Nada” + “insatisfacción”. La insatisfacción nos la produce, precisamente, nuestra Nada de partida, nuestra insignificancia, un pelín más acá: nuestro ser apenas ocupa la fugaz zona de transición entre billones de años (o lo que sea) de inexistencia por detrás y trillones de años de olvido por delante. Y eso nos desasosiega y nos rebela. Es decir, que gracias a que, como también decía en otro artículo hace unas semanas, no somos nadie, surge en nosotros la imperiosa necesidad de intentar ser alguien. “El ser y el no ser surgen juntos”, decía Lao Tsé en el “Tao te King” (un libro muy recomendable). Y también decía: “Estar vacío es llenarse”. El mundo en general –lo tiene dicho la Biblia– surge de la Nada. Hegel diría que de la negación. Y Sartre: “He aquí que la nada se da como aquello por lo cual el mundo recibe sus contornos de mundo”.
II-EL TESORO (ESCONDIDO) DE NUESTRA INSIGNIFICANCIA
Así que no es la Nada lo bueno; al revés, es lo malo (San Agustín decía literalmente eso: el mal es la Nada). Ni se trata de aceptar nuestros vicios y nuestros defectos, sólo de estarles agradecidos. Agradecidos al demonio y a nuestros vicios, porque nos hacemos en lucha contra ellos, por tanto, gracias a ellos. “Lo eminente tiene su fundamento en lo bajo”, decía asimismo Lao Tsé. ¡Fíjate que me dan ganas de ponerme franciscano y llamar a esa parte sombría que nos habita “hermano demonio”! ¿Qué hubiera sido de nosotros sin la Nada?... ¡No hubiéramos salido de la ídem! Ni del mal, que es el otro nombre de la Nada (Pecado) original, por lo cual decía Cioran: “El mal es abandono; el bien, un cálculo inspirado”; es decir, algo sobrevenido, superpuesto al mal. Y de la Nada y de nuestros vicios y pecados se sale a través de ese gran invento que es la vida y el quehacer que nos da. “En el fondo –decía también Cioran–, ¿qué hace cada hombre? Se expía a sí mismo”. Kierkegaard abundaba cuando aludía a los efectos que la Nada produce en nosotros: “La angustia, sin embargo, no es hermosa por sí misma, sino solamente cuando aparece acompañada por la energía que sabe dominarla”. Hegel expresaba la misma idea a su manera: “Lo imperfecto –decía– no debe concebirse en la abstracción, como meramente imperfecto, sino como algo que lleva en sí, en forma de germen, de impulso, su contrario, o sea, lo que llamamos perfecto”.
La cultura protestante tiene una ventaja sobre la católica: mientras que por aquí nos hemos acostumbrado a ser indulgentes con nuestros pecados (con nuestras imperfecciones, con nuestra insignificancia), porque no hay (había) mas que irse a confesar y quedar libre de pecado (es decir, que salía casi gratis pecar), los protestantes, a causa de su idea de la predestinación, no se pueden (podían) permitir condescender con sus imperfecciones, porque si éstas se hacen patentes, ello sería la señal de que se está predestinado a la condenación. Un buen protestante no puede convivir tan relajadamente con sus pecados como nosotros; se exige mucho más que un católico (a veces, demasiado: algunas sectas calvinistas tienen prohibida la música o los adornos, como los talibanes). Así que, mientras que aquí en España, abanderando la Contrarreforma (y preparando las cotidianas noches de botellón de la actualidad), teníamos una idea de la vida muy laxa e improductiva (muy propia de los hidalgos, que tenían prohibido el trabajo manual, por deshonroso), en los países protestantes se daban una caña tal (la vida productiva era para ellos una señal de estar entre los señalados por la predestinación como salvados) que la acumulación de capital que dio origen a la sociedad capitalista actual se dio sobretodo en los países protestantes (Max Weber lo demostró).
Bueno, Pilar, gracias por animar el cotarro mientras esperamos que otros amig@s se decidan a convertir esto en un hervidero de comentarios. Algun@s ya lo hacen, y también se lo agradezco, pero la mayoría se quedan atascados (no como tú) en el “¡Bufff!" inicial.

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