El estudio de la historia de la filología clásica nos lleva inevitablemente a la historia contemporánea. En España, la filología clásica no se crea oficialmente hasta el año 1932, coincidiendo precisamente con la II República. Esta circunstancia da lugar a una relación interesante que ha de ser valorada más allá de cualquier posible rendimiento político. Saber heredar y conservar, con las dosis de humildad que conlleva asumir lo ajeno, es tan loable como el mismo acto de crear. SUUM CUIQUE. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
No porque haya pasado ya un tiempo dejo de acordarme de los días "geniales" en que participé en los actos de conmemoración de los 75 años de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, lo que con tanta pasión y entrega hizo posible Santiago López Ríos. Aquello supuso una oportunidad única para poder adentrarme en el pequeño mundo de la filología clásica de la época, con algunos profesores tan notables como Agustín Millares Carlo o Pedro Urbano González de la Calle. De manera más anecdótica sé también dónde estaban los seminarios de filología latina y griega, dentro de la facultad, y en la exposición que se celebró en el Centro Cultural Conde Duque se exhibió discretamente una de las joyas bibliográficas de la época, precisamente el "Ratnavali o collar de perlas", una comedia escrita en sánscrito, que fue resultado de la colaboración entre Pedro Urbano y el benemérito catedrático Mario Daza de Campos. En 2008, asimismo, la revista Estudios Clásicos tuvo a bien publicar un trabajo mío titulado "EL NACIMIENTO DE LA FILOLOGÍA CLÁSICA EN ESPAÑA. LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS DE MADRID (1932-1936)". El trabajo planteaba un asunto hasta cierto punto novedoso, pues sólo de manera muy puntual se habían hecho referencias y sobre todo autobiográficas a la filología clásica durante el período de los años 30 en España. Jaime Siles me brindó datos de gran interés, y Santiago López Ríos me hizo accesibles materiales de archivo realmente preciosos. El trabajo, sin embargo, suscitó alguna crítica por parte de alguno de mis colegas, que quiso ver en él que yo decía, más o menos, que la II República había creado la filología clásica en España. En particular, los datos fríos eran estos: por Decreto de 27 de enero de 1932 se crea la licenciatura de filología clásica (frente a la de filología moderna) y asimismo, por una Orden Ministerial del 28 de febrero de 1933 se funda la sección de Estudios Clásicos dentro del Centro de Estudios Históricos, cuyo primer resultado visible fue la revista Emerita, cuya historia reciente ha narrado, gracias a las cartas conservadas del Centro de Estudios Históricos, María José Barrios. La coincidencia en el tiempo no implica, de manera automática, una mera causalidad. La filología clásica en España es producto de un largo proceso, a menudo maltrecho, que se inicia de una manera consciente hacia los años 70 del siglo XIX, al calor de la llamada "Polémica de la ciencia en España". Ahí, de la mano de personas como Menéndez Pelayo o Soms y Castelín, se fue creando una idea de filología clásica. Por ejemplo, Menéndez Pelayo expresa en uno de los artículos dedicados a la polémica la necesidad de crear una cátedra de filología latina en Salamanca. Y se trata de "filología latina", no meramente de "latín". Con ello nos referimos al estudio científico de los textos clásicos y de su lengua. Soms y Castelín tradujo, no en vano, la por entonces novedosa gramática griega de G. Curtius, que también ha estudiado brillantemente María José Barrios en la monografía colectiva que hemos dedicado a la historiografía de la literatura grecolatina durante la Edad de Plata de la cultura española, publicada en Analecta Malacitana el año 2010). Durante la II República culminó, por tanto, un largo proceso para que cristalizara la filología clásica en España. El Centro de Estudios Históricos fue en buena manera responsable de ello, pues precisaban, ante todo, de buenos latinistas para la historia del español y para el estudio de la documentación medieval latina (así lo hemos revisado también en un trabajo que aparecerá en el homenaje a nuestra compañera Ana Aldama). La II República, que en lo cultural quiso parecerse a otra república también maltrecha, la de Weimar, favoreció estas circunstancias, como también supo heredar el proyecto de Ciudad Universitaria iniciado con la monarquía (aquel proyecto que dio lugar al mítico viaje de un grupo de expertos por los mejores centros universitarios de los Estados Unidos y Canadá). Pero saber heredar y conservar, con las dosis de humildad que conlleva asumir lo ajeno, es tan loable como el mismo acto de crear. SUUM CUIQUE. FRANCISCO GARCÍA JURADO