Hace pocos días leí en Facebook una historia que me llamó la atención, cosa que no suele suceder, porque no me creo casi nada de lo que leo en esa red social. Pero o es la Semana Santa o es que tengo el corazón más blandito que de costumbre. Me detuve en ella, sobre todo, porque era una historia de café, bebida que me apasiona por su significado social y no tanto por su sabor (me acabo de ganar que me extraditen de Colombia)
Bueno, la cosa es la siguiente: dicen que cuentan que parece que se supone que en Nápoles, en su día, se instauró una bonita tradición que consistía en que, si uno uno iba a tomarse un espresso o el cappuccino pagaba dos, tres o los que quisiera, aunque sólo consumiera el suyo. El resto eran cafés “pendientes” (il caffè sospeso) para aquellos que no podía permitirse ese lujo.
Rastreando en varias páginas italianas (de las que, al menos me fío más que de mi muro de FB) he encontrado que esta tradición napolitana como ya hemos dicho, se usaba cuando una persona que entraba al bar y estaba particularmente feliz por alguna cosa quería festejar su alegría, se bebía su taza de café y pagana dos para si venía alguien que no podía pagárselo. De vez en cuando alguno se asomaba a la puerta del bar y gritaba a la calle: “hay cafés pendientes” para que se corriera la voz.
De hecho hay una asociación cultural que se llama “La rete del caffe sospeso” que ha instituido el 10 de Diciembre como el “Día del Café Pendiente” buscando así el renacimiento de esta curiosa tradición.
¿Qué les voy a contar más? Que tal y como estamos, no sólo por la crisis económica, sino de moral y de valores, me gustaría creer que una cosa así funcionaría, y que pagar un barraquito y un bocata de chorizo de más supondría una mínima ayuda a cientos de personas, y nosotros no estaríamos haciendo caridad, sino lo que tenemos que hacer.