Revista Cine
Mientras arde Paris cual biblioteca en tiempos dictatoriales, culpa de la chispa de los mecheros sin costo y de la gasolina de las medidas pensionistas del bruñido Sarkozy, conservador mas allá de la particular rebeldía que le llevó a conquistar el corazón y los entresijos de su cara Carla; mientras los británicos se plantean si su comunicativo Cameron viajará en transporte público como uno más de los 500.000 funcionarios próximos al despido, si lo hará en un viejo taxi como aquel Clement Attlee que desalojó a Winston Churchill del número 10 de Downing Street; mientras en una España se cambian las fotografías de los cromos de la carrera de San Jerónimo -Pajín: de senadora a ministra; Sitas Beatriz y Bibiana: de hipotecadas e igualitarias a meras secretarias; Rubalcaba: de dos a bis- y se incorporan nuevos fichajes -Gómez: cómo digerir una huelga con patatas fritas, o donde dije... diré...; Aguilar: la poderosa atracción del rosa desvaído; Jáuregui: y tiro porque me toca; Jiménez: el regreso al circo de los dos leones-, mientras en la otra España preparan la estrategia del asalto al hemiciclo, lo que indica cuánto importan a los voceros de ambas mitades, tan complementarias como innecesarias, la crisis económica, cabe preguntarse si no habrá una conspiración, una sociedad secreta que esté en plena metamorfósis y que mañana nos invite a desayunar con novedosas teorías. A desayunar con algo más que tea y pastas de difícil digestión horneadas en la cocina de Mrs. Palin. Por ejemplo, con los propósitos de Adam Weishaupt.
Sorprende, cuando no mosquea o directamente cabrea, que no haya una sola voz en el mundo occidental que reivindique la figura de Weishaupt, fundador la noche del 1 de mayo de 1776 de la Bund der Perfektibilisten (Orden de los Perfectibilistas), los Illuminati. Se podrá estar en desacuerdo con las formas -reunirse cuatro amigos la noche posterior a la de la oscuridad vencida por los humos purificadores y paganos, la de Walpurgis, para intentar erradicar el orden establecido y crear un nuevo sistema que rigiese todo el mundo, aunque para ello debieran infiltrarse en la francmasonería, no es muy transparente-, con los antecedentes jesuítas del profesor o sus postulados, pero hay que reconocer la valentía de llamarte a ti mismo Iluminado y que no te encierren en un sanatorio. Y es que sus pretensiones de abolir las monarquías y gobiernos, el modelo de familia tradicional, de suprimir y prohibir la propiedades privadas, las herencias y el culto religioso, suenan a puro caos, a anarquía destilada, pero al menos planteaban una solución y respuesta a las reglas y estructuras más firmes y consolidadas en la tradición, una réplica más o menos airada y desatinada o estimulante y justa según se estuviese, se esté, en un lado u otro de la raya de la miseria, el respeto y la tolerancia. Y aunque en el fondo uno imagine que ellos serían los elegidos para tripular la nao, que su intención utópica era previo enriquecimiento de sus arcas, maldice al rayo que mató al abad Lanz, mensajero de Weishaupt el 10 de julio de 1784, entre cuyos hábitos aparecieron comprometedores documentos del complot que alertaron y llevaron a las autoridades a disolver la secreta sociedad, condena la privación de saber cómo hubiese terminado el alocado proyecto, pues por mucho que se diga que detrás de algunos grandes acontecimientos, como las dos guerras mundiales, la toma de la Bastille o el nacimiento de los USA, está la semilla de los Illuminati, que hasta en los dibujos de los billetes de un dólar americano se encuentran simbolos que remiten a ellos, no es lo mismo imaginar la Historia que sentir sus efectos, aunque sean leves y remotos. Es tan extraño e increíble creer que no se manifiesten grupos de reivindicadores que aboguen por tales causas que uno sospecha del sueño larvado. O del fin de la razón.
Churchill, que fue otro iluminado, por su propia inteligencia y por los destellos de las bombas nazis sobre la capital británica, que no por simpatías con los rebeldes del XVIII, dijo, aparte de su ironía con el hombre que le venció en las urnas, y entre sus muchas célebres sentencias, que "sería una gran reforma en la política el que se pudiera extender la cordura con tanta facilidad y tanta rapidez como la locura". Weishaupt, que entre sus amigos contaba con el gran Mozart, acuñó la frase: “El fin justifica los medios”. Cada uno, a su modo, en su época, despertaba pasiones, con argumentos, argucias y discursos de los que hoy se echan en falta. Aunque sea para llevarles la contraria.
Adam Weishaupt