Buenas tardes, esta vez les dejo otro cuento.
Ilusión
La conoció una tarde de domingo, en una plaza. Las hojas amortiguaban sus pasos, el viento algodonaba sus palabras. Veía la luz del sol más que sentirla. Cuando cruzaron el puente en el medio del parque, él ya no sabía si seguía estando despierto, si lo había estado en algún momento.
—¿Eres real? —le preguntó.
Ella rió y esa sonrisa resonó en la cabeza de él.
Poco después la estaba besando. De allí hasta despertar con su cuerpo a su lado no fue nada más que un largo pensamiento. La luz matinal titilaba en la piel casi traslúcida de ella. Él siguió con un dedo las distintas curvas de su cuerpo, hasta que los párpados de ella se movieron.
—Buen día —dijo él, pero ni aún en ese momento pudo recordar su respuesta.
Su sonrisa se abrió como una flor y él olvidó una vez más el tiempo.
Al día siguiente acudió al trabajo como siempre. La oficina le pareció algo sombría y se preguntó si las luces habrían cambiado. Durante el almuerzo contó sus aventuras del fin de semana. Y sus compañeros no dejaron de molestarle cuando él no fue capaz de recordar el nombre de la dama.
Su frío departamento no se molestó en recibirlo. Él tiró su saco en el sofá y abrió las cortinas a una noche negra. Comió solo en la cocina, parado junto a la mesada. Cuando estaba decidiendo si ver televisión o no, sonó el timbre. Se alegró de poder contestar.
Ella le sonrió desde el marco de la puerta.
—¿Quién eres?
Un largo beso, y él ya dormía como un bebé.
La ventana de su habitación estaba abierta. La mañana entró con la misma necesidad de ir a una oficina cada vez más oscura.
—Te ves mal —le dijo uno de sus compañeros.
Él sonrió, abrió la boca y luego recordó que nuevamente había olvidado su nombre. Estaba seguro que se lo había preguntado, pero no recordaba la respuesta. A decir verdad, no recordaba siquiera el sonido de su voz.
Esa noche, cuando llegó a su casa, se sentó a esperar en el sofá. Al cabo de unas horas sonó el timbre. Ella levitó dentro de la habitación, parecía pesar lo mismo que un suspiro.
—¿Quién eres?
Ella sonrió. Él se apartó.
—¿Qué eres?
Ella miró por la ventana, había comenzado a llover. Se volvió hacia él, las mejillas húmedas. El olor a tierra mojada inundó el departamento.
Cuando despertó, estaba tendido bajo un árbol, a pocos metros del puente del parque. Quiso ver la otra orilla, pero una fina capa de bruma se lo negaba. Caminó de vuelta su departamento.
La oficina lo nubló con una luz fulgurante. Un compañero se le acercó con preocupación.
—Te ves cansado, hombre, y eso que recién es lunes.
El frunció el ceño, pero cuando abrió la boca no salió ningún sonido. Solo la risa de ella resonó en sus oídos.
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