José Juan Rivero *
Hace unos días, mientras conversaba con mi hija pequeña sobre la Navidad, sentía cómo con cada palabra me proyectaba toda su fantasía, esa magia que solo los más pequeños parecen captar.
Así llenan de emociones su mundo, muestran la alegría, sonríen y ríen, pero sobre todo respiran ilusión, un sentimiento que sin lugar a dudas parece que los adultos en muchas ocasiones hemos desterrado de nuestras vidas. Las emociones positivas como la esperanza y la ilusión se manifiestan cuando la vida nos sorprende y cada momento lo vivimos como novedoso y único.
Ello genera en nuestra vida un sinfín de expectativas positivas. Trasladándonos a un futuro deseado, donde la imaginación y la creatividad lo llenan todo. Y claro, esto no puede ser propio de adultos sino de niños, solo ellos se pueden llenar de esa emoción que les permite transformar su mundo y que nosotros ya ni tan siquiera nos permitimos vivirla en Navidad. Nos perdemos en el estrés, no nos permitimos ilusionarnos, preferimos diseñar un mundo sin puertas, ni salidas, donde todos nuestros caminos se nos cierren, dando rienda suelta a la frustración, la tristeza y el miedo. Preferimos nadar en nuestra propia realidad llena de malas noticias, desde los medios de comunicación a las redes sociales, todo parece llenarse de crispación y malestar. Sin darnos cuenta ya nos hemos desilusionado, dibujando un paisaje caracterizado por la desilusión. Desterrando la esperanza al terreno de aquellos insensatos e inconscientes que viven en otra realidad muy ajenos al mundo real. ¡Ojo! Vivir sin ilusión es vivir sin luz, sin llama. No debemos permitir que la esperanza caiga en un recuerdo marcado por la nostalgia de: otro tiempo siempre fue mejor, y que sin duda: no existió una Navidad tan hermosa como la de mi niñez. Debes de despertar, encender la vela de tus emociones y apasionarte con tu vida. ¡Es tu deber! Es importante que te cojas de la mano de la ilusión y la esperanza, que te abanderes de la imaginación y la creatividad, esa que parece propia de niños. Dejando a un lado las prisas, las responsabilidades, el estrés y las preocupaciones que dan vueltas por tu cabeza una y otra vez. Levanta la cabeza, respira y siente ese momento presente que estás viviendo. Reúnete de tus amigos, hijos, tu pareja o familia y disfruta. La Navidad es un buen momento para permitirte cambiar y liberarte de las cadenas de la desilusión. Simplemente vive el ahora y date la posibilidad de ser feliz.
*Psicólogo Sanitario experto en Psicología Positiva
*Miembro de la Sociedad Española de Psicología Positiva.