Revista Arquitectura
Conocida popularmente como Cementerio Viejo por haber servido el monumento como necrópolis municipal durante el siglo previo a la inauguración del actual camposanto de la localidad en 1.918, la hoy abandonada y en semirruina fábrica del santuario que acogiese al parecer a partir de fines del siglo XVIII la venerada talla de San Blas, se erguía antaño sobre la falda del cerro del Morro supuestamente como parroquia oliveña desde los coletazos del medievo hasta la próxima finalización de la construcción en el centro de la población de la iglesia de la Purísima Concepción, inicio del lento declive del bien inmueble, primeramente en su categoría, más tarde en su arquitectura, que recorta con su silueta el horizonte en este punto de las Vegas Bajas.Oliva de Mérida (Badajoz). Siglo XV; estilo gótico-mudéjar.
Arriba y abajo: antecedido por una única nave dividida en tres tramos, diseñado sobre planta cuadrangular y rematado en bóveda de crucería, el ábside de la oliveña Ermita del Espíritu Santo (arriba) se orienta hacia el levante y el núcleo poblacional del que, al parecer, fuese antaño parroquia hasta la elevación a tal categoría de la Iglesia de la Purísima Concepción, una vez finalizado este templo inscrito en el centro de la villa, de mejor acceso y mayores dimensiones que las ofrecidas por el santuario erigido sobre el altozano que abraza la antes conocida como La Oliva, bautizado como Cerro del Morro, compartiendo sin embargo sendos inmuebles siglo de erección, el último del medievo, y estilo artístico bajo el que se iniciasen las obras, ofreciendo el serrano inmueble una simbiosis entre los gustos gótico y mudéjar palpable en ambas portadas de acceso al interior del sacro recinto, abiertas respectivamente en el lado del evangelio (abajo, siguientes) y a los pies del monumento (abajo, imágenes quinta y sexta), donde la hispano-musulmana fábrica latericia del gótico arco apuntado se ve enmarcada en el ejemplar septentrional por alfiz y friso de esquinillas (abajo, imágenes segunda a cuaarta), siguiendo una ornamentación propia de las obras elaboradas por los alarifes mudéjares igualmente vista en otras muchas portadas y santuarios de la región, tales como la Iglesia de Santiago de La Piñuela, cercana a Casas de Miravete, o en la ermita jerezana de San Lázaro, preservada en las inmediaciones de tal localidad del Sur de Badajoz.
Arriba y abajo: sobria y sin vestigios de lucido externo, salvo en la portada norteña, la Ermita del Espíritu Santo de Oliva de Mérida muestra sin pudor en su exterior la constitución de su fábrica edilicia, apreciándose en su flanco meridional (arriba), al que se enlazan los menudos vestigios del habitáculo que hiciese las funciones de sacristía (abajo), la mampostería de sus muros a base de cuarcitas y dioritas, propias de la comarca, reforzadas por ladrillos en contrafuertes y esquinas (abajo, siguiente), figurando en los cuatro ángulos que enmarcan la mole total del alargado monumento sillares graníticos entre los que sorprenden ciertas piezas reutilizadas (abajo, imagen tercera), adivinándose en la esquina noroccidental, entre pies del templo y lado del evangelio, lo que pareciese ser un sillar antaño base de alguna estatua votiva (abajo, imagen cuarta), rescatada quizás de algún añejo santuario pagano que existiera en los alrededores de la población oliveña.
Arriba y abajo: muestra el cabecero de la ermita oliveña (arriba) una austeridad propia del conocido como gótico rural o extremeño, a caballo entre la robustez constructiva y la sencillez arquitectónica sólo rota en este ejemplar por dos ventanales ejecutados en ladrillo a ambos lados del ábside (abajo), abocinados hasta el punto de semejarse más a aspilleras que a auténticos vanos, como si de una fortaleza se tratase, alzada la planta de tal sección del inmueble por encima del resto de la única nave de que consta el santuario, sancta santórum del sacro espacio donde al parecer y según es creencia en el pueblo se guardase hasta 1.820 la talla de madera policromada de San Blas, ejecutada en el siglo XVIII y hoy expuesta en el retablo mayor de la parroquia de la Purísima Concepción, colocada quizás en la ermita del Espíritu Santo a fines de la Edad Moderna tras dejar la ruinosa capilla de la que tal santo era titular, a juzgar por el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura elaborado en 1.791 donde se indica tanto la existencia de sendos santuarios a las afueras de la población, aún en uso la de San Blas, como el estado semirruinoso de ambas, hecho este último que quizás haya llevado con el tiempo a mezclar en la memoria de los vecinos un templo con otro, pasando la talla del santo obispo de Sebaste directamente de su desmantelada casa a la iglesia del lugar, sin pasar por una ermita, la del Espíritu Santo, cuyo deshecho estado ya la convertía entonces en candidata a cementerio municipal, pasando a identificarse un sacro inmueble con otro quizás tras el derribo de la ermita primera, de la que Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España publicado en 1.849, ya no habla.
Arriba y abajo: siendo tal el estado de conservación del templo a fines del siglo XVIII que la celebración de los santos oficios en su interior no era posible, la ermita del Espíritu Santo se barajaba, según el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura elaborado en 1.791, como idóneo enclave donde establecer un cementerio que supliese la carencia de necrópolis municipal por entonces en la localidad, ejecutándose los enterramientos en el interior del templo parroquial, idea llevada definitivamente a cabo en 1.820 y prolongada hasta la fundación del actual camposanto oliveño en 1.918, cercano éste al medieval edificio sacro y pies del Cerro del Morro donde la centenaria ermita se enclava, preservándose hoy en día entre las ruinas del viejo edificio sacro vestigios de los nichos que ocuparon el interior del monumento (abajo), entre cuyos retazos edilicios puede apreciarse el primitivo enlucido que cubría sus paredes (arriba), en contraposición a la supuesta exposición de sus materiales constructivos exteriormente, persistiendo los arranques de los dos arcos fajones que, sustentando el techo a dos aguas que cubría la nave, marcasen a la par los tres tramos de que se constituía el templo primigenio (abajo), similares posiblemente al arco que aún hoy en día da paso al ábside, de mayor altura que el resto de la obra arquitectónica, cubierto de latericia bóveda de crucería nervada (abajo, siguientes) sustentada sobre ménsulas decoradas a base de bordura de bolas, ya presente en las impostas del arco apuntado de entrada al altar, ancladas sobre figurativas testas antropomorfas, ornamentación conservada de un enclave en desuso y desolación hoy cerrado al público y sometido a diversas labores de consolidación edilicia.
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