Revista Viajes

Imágenes del Belén más íntimo

Por La Viajera Incansable @viajoincansable

Jueves, 6:30 de la mañana: salgo al mercado a comprar pan, huevos y algo de fruta y verdura frescas como he venido haciendo casi a diario desde que llegué a Belén hace diez días.

Hoy, sin embargo, no tengo prisa por volver al albergue. Prefiero dar un paseo por las calles aún medio adormecidas de esta población que me ha acogido con tanta amabilidad y en la que me siento como en casa.

Imágenes del Belén más íntimo

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Me encantan sus casas de piedra color amarillo —piedra de Jerusalén, la llaman—, sus ventanas enrejadas y sus puertas en tonos turquesa. Me gusta el silencio de sus callejuelas solo roto por el murmullo de unos pasos apresurados que van a abrir la tienda o a la compra, o por las risas de los niños que van a la escuela. Porque sí, los niños ríen por aquí a pesar de todo, y la gente es feliz.

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Me gusta pisar las piedras que cubren las calles, brillantes y afinadas por tanto uso. Lo hago a conciencia, con fuerza, como queriendo sentir —siquiera un poco— la historia que ha corrido sobre ellas. Y las aceras, que con sus escalones pretenden disimular las empinadas subidas y bajadas que dominan todo el lugar. Como si eso fuera posible.

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La ropa tendida en la calle, las macetas colmadas de flores y esas sillas abandonadas que, en un rato, ocuparán los hombres más mayores para comentar los sucesos del día o el resultado del último partido de fútbol mientras beben un delicioso vaso —que no taza— de té.

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