Mi rostro comienza a ejecutar una metamorfosis debilitante, cuando mis ojos apuntan directamente al visible letrero verde manzana: EDITEL.CA. Un nudo en mi garganta roza mi exaltada tiroides, obligándome a tragar un enorme cúmulo ácido de reflujo gástrico, mientras el enjambre de nervios comienza a hacer de las suyas en mi atribulado cuerpo. – ¡Parada por favor! ¡Señor parada!- Mi voz sufrió un considerable quiebre que me dejó sin armas para abrirme paso entre la multitud de cuerpos “ensanduchados ” que trataban de mantener el equilibrio, con sus brazos incómodamente colgados del pasamanos , en tanto que los variados olores a sudor atropellaban mis delicadas fosas nasales que se negaban a respirar adecuadamente. Yo, transitaba estoicamente por el estrecho pasillo del abollado vehículo ochentoso, entre codazos, carterazos, evitando un encuentro cercano del primer tipo.
Pagué con renuencia el “extremo” pasaje, contando y recontando los devaluados billetitos que emergían asustados desde mi decolorada cartera de semicuero marrón, siguiendo con la mirada las exaltadas muecas de la cara del colector, cuyos ojos se enfocaban en todas direcciones cual ventilador oscilando a ciento ochenta grados, profiriendo insultos a los estudiantes y viejitos que pagaban medio pasaje. La resignación se apoderaba de los rostros de los angustiados pasajeros, que sólo querían llegar a su destino a tiempo.
Transité las breves escalerillas de la entrada a la oficina a pasos agigantados, tratando de controlar la respiración entre las oleadas de sudor frío que recorrían mi delgado cuerpo, mas era inútil, los ojos del señor Tito apuntaban certeramente sobre mí, esperando férreo, el repertorio de excusas que pudieran evitar que una vez más, me uniera a las considerables estadísticas de desempleo.
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