Una cruda imagen para agitar las conciencias. Eso es lo que pretendidamente buscaban los periódicos internacionales al exhibir en sus primeras portadas y las televisiones en sus informativos la estremecedora fotografía de Aylan Kurdi, el niño refugiado ahogado y varado en una playa turca que se convirtió en un auténtico fenómeno viral en 2015. Y todo apunta a que también buscan el mismo propósito las televisiones que muestran ahora a todo el planeta el vídeo de Omran, otro "niño de la guerra", en este caso, y afortunadamente, superviviente de un bombardeo en la ciudad siria de Alepo. Cuentan que el pequeño fue sacado de las ruinas junto a otros tres menores de un edificio de un barrio controlado por los rebeldes de Alepo. El vídeo, que ha difundido Alepo Media Center, y han recogido otros medios internacionales como la televisión estadounidense ABC o el diario británico The Telegraph, muestra al mundo occidental la mirada dolorosa e implorante del niño, con la cara ensangrentada y cubierto de polvo aguardando atención en el asiento de una ambulancia. Omram, convertido sin pretenderlo en el símbolo de la guerra de Siria. Ante tal desalentadora y conmovedora visión, uno se pregunta, ¿es moralmente aceptable que medios informativos y redes sociales difundan este tipo de contenidos?
En los últimos años asistimos a la versión televisada y audiovisual de todo hecho o acontecimiento mundial, tristemente con demasiada frecuencia de carácter trágico y doloroso. Ya estamos demasiado acostumbrados y nos es familiar (por cruda que parezca esta palabra en este contexto) convivir diariamente con imágenes de conflictos bélicos en países de Oriente Medio como Irak, Siria o Israel y contemplamos con verdadero horror los sádicos vídeos de los militantes del llamado Estado Islámico decapitando a occidentales a punta de cuchillo. Todo ello llevándose a cabo en pos del tan consabido derecho a la información que todo el mundo necesita en un mundo globalizado como el actual.
También diariamente medios de diversa naturaleza y usuarios anónimos se esfuerzan por conseguir el mayor número de reproducciones de un vídeo insólito o visualizaciones masivas de una imagen curiosa en ese coliseo romano llamado redes sociales en el que, en su afán sensacionalista, parece valer todo y donde la ley no parece imperar.
Es sumamente lícito que UNICEF y otras organizaciones humanitarias publiquen informes denunciando la sistemática violación de derechos humanos en Siria, que afecta muy especialmente a niños, los más atravesados por la sinrazón y el terror de la guerra. Eso no es gratuito. Debemos saber lo que está ocurriendo en la guerra de Siria, que dura ya la friolera de cinco años. Lo que es moralmente dudoso es que se muestre arbitrariamente y con el acicate del sensacionalismo el horror descarnado de los conflictos bélicos, con tal de conseguir más seguidores, provocar sensaciones y emoción en el lector o espectador, o lo que es aún más reprobable, para beneficiarse crematísticamente.
No siempre es así, por supuesto. Y el asunto lleva a debate. Pero los medios, y por extensión todos los ciudadanos de un país, deberían reflexionar acerca de si es moral y ético, o cuando menos conveniente, mostrar imágenes de fallecidos en el campo de batalla o de niños de la guerra (por su misma vulnerabilidad, la infancia debería ser el sector más protegido y cuidado de todos en esta exhibición de imágenes), por más que se persiga el pretexto de "agitar las conciencias mundiales" o lo que se antoja aún peor, conseguir caprichosa y morbosamente un contenido viral a costa del dolor que transmiten este tipo de imágenes. Para ello, se debe establecer necesariamente un código deontológico por el que se rijan de forma efectiva y comprometida los medios de comunicación y dejen de lado por alguna vez su voluntad económica de conseguir más tirada o más share de audiencia. Y nosotros, los ciudadanos, deberíamos pensárnoslo dos veces antes de publicar un contenido audiovisual delicado y de "alta sensibilidad" en las redes. Porque debemos tener en cuenta que una sociedad sin moral es una sociedad sin alma.