Desde siempre me ha fascinado el mundo de los Castillos. Me gustan, me resultan muy evocadores y me gusta imaginar como era la vida en ellos, sobre todo en tiempos de guerra. Hasta que se inventó la pólvora fueron fortalezas casi impenetrables. Lamentablemente resultaron demasiado frágiles para el afán destructor del ser humano y rápidamente pasaron de moda porque un par de cañonazos bien dados eran capaces de destruir medio castillo. Así pues, los que quedaron en pie, llegaron hasta nosotros ruinosos y rotos. Corresponde a nuestra imaginación ver más allá y recrearnos con los episodios bélicos o con los chismes cortesanos. Algunos están restaurados, como éste de Manzanares el Real, así que lo podemos ver todo entero por dentro y por fuera. Y siendo así, es muy fácil imaginárselo lleno de vida y color, iluminado con antorchas, decorado con tapices y escudos, con las voces de los caballeros retumbando en los pasillos, los susurros de las damas deslizándose por entre las piedras, el ruido metálico y frío de las armaduras, el choque de espadas en el patio de armas, el relinchar de los caballos en las cuadras, el crepitar de las chimeneas encendidas en los salones…
Imaginación al poder. Siempre he escuchado decir que tener imaginación es positivo. Lástima que la perdamos al crecer, porque cuando somos niños la tenemos a raudales. Luego, de adultos, la mayoría de la gente se vuelve demasiado seria, demasiado importante, ya no les gusta jugar y, lo que es peor, no les gusta que otros jueguen.
Todos conocemos muchas personas así, graves, sesudas, poco amigas de bromear, que intentan dar siempre una explicación a todas las cosas, que se creen que saben mucho acerca de todos los temas, que se lo toman todo a la tremenda, algo arrogantes, poco amigas de la risa fácil, de las películas cómicas y de los gags medio tontos, algo exageradas y pesimistas, que no muestran sentimientos y emociones casi nunca, que probablemente no crean en el amor y que cuando van de visita a un castillo medieval se hacen “amigos” de los datos y las fechas y nunca, nunca se paran un instante a imaginar como sería una pelea entre dos espadachines bajo esos techos abovedados.