Ahora lo tengo claro, sé que la teoría de Einstein no era para físico matemáticos, ni siquiera para quienes descifran claves enigmáticas, crucigramas o pasatiempos. Todo es más simple por parte de este enviado científico de un cíclico humano aparecido en otro mundo y tiempo pasado.
Somos materia gris para compartir con nuestros iguales, básica para intentar comprendernos con quienes menos posibilidades tengamos de entendernos y nacimos, morimos y nos reprogramamos dentro de un sistema de rebote que nos hace asumir papeles cuando nos exterminamos casualmente por un accidente, voluntariamente u obligados por las patrañas bélicas viscerales que nos imponen los dominantes y a través de cualquier acción forzada, incluso casual, preventiva o simplemente madurada en el equinoccio de cualquier tiempo, pasado, presente y futuro, con sus horas, minutos, segundos e instantes que perfeccionan el ingenio, por lo que se puede acaparar y que para la mayoría será una falta de entendimiento, cuando se produce la relatividad de un suceso, de un evento o el simple sortilegio que una coincidencia, llamada casualidad o milagro aparece sorpresivamente y sin mucho menos anunciarse previamente.
Del efecto boomerang, del que ya estoy convencido que ocurre cuando al destino lo llaman al unísono los investigadores como una cadena de reacciones a través de una pasarela de rápidas consecuencias siempre intencionadas, para hallar emocionalmente en donde se encuentra la morada de un dios o el crepúsculo de otros disfrazados, inventado para evitar volvernos incrédulos que lo que sucede o acontecerá en cualquier momento, se determina como el estallido repetitivo para lograr que los efectos sean inversos cuando modificamos, inventamos o criterios falsos argumentamos, cuando la realidad es más simple para llegar a entender que no somos nada por mucho que nos quieran inculcar lo contrario o los más cercano a todo lo pasajero.
Dicho lo anterior hay que llegar a la conclusión, al menos para el que piensa en ello, que lo que hacemos del punto de inicio o de persuasión ignifuga que precipitadamente nos encargan o nos dan para resolver la salida del laberinto en el que siempre nos encontraremos, es necesario reunir las piezas que nos separan, que las olvidamos en una memoria externa o nunca encontraremos, cuando lo sencillo es pedirlas al que las tiene, obteniéndolas pacíficamente para después reembolsarlas de acuerdo a lo que hacemos de una existencia invertebrada, que nos hace creer ser oráculos inteligentes de quien no va a entender sobre que la reencarnación es una modalidad de esperanza para nunca sentir que estamos solos y poder vivir sin espejismos ni complejos, pues somos lo que somos hoy y mañana podemos ser muy distintos si no hallamos la manera de creernos que las evidencias se nos imponen para defender un proyecto consensuado entre humanos, fantasmas, recién nacidos y otros que se tienen ser merecidos de no ser nada hasta que no le den el disparo de salida para asumir un disfraz humano o la piel de un animal, ni tan siquiera cuando no sabemos discernir estando atentos a la despedida de lo más efímero llamado existencia, que con un cuentagotas nos puede hacer imaginar que hay una monita en tu quehacer cotidiano llamada King Kona, ya desaparecida y que mañana puede ser un perrito llamado Lemmy, para terminar llamándose x, que en lo personal a los dos les hemos llorado y ellos lo seguirán haciéndolo por nosotros llegado ese halo que con todo puede, incluso con la resistencia a no desear ser polvo indetectable o simple cemento para seguir construyendo pirámides, sueños o ciudades como serviles participantes inocuos de una vida prestada, en un uniforme con un código de barras que marcará muestra renuncia a ser pasto de lo que vienen y te ofrecen, o sencillamente de la inexistencia que te valoran y te harán sentirse un esclavo para recibir tu paga y pasar por caja como es habitual cuando recibes un carné llamado alma.
Y es así la existencia, entre materia, recuerdos inverosímiles y éste importante curso de narrador de cuentos que asumo sin competencia alguna, después de plasmarlo para que pocos lo entiendan, o bien haga pensar a los lectores que nadie escribe sobre lo que todavía no le concierne a nadie por egoísmo y creer que será inmortal a través de los siglos, o por estar a punto de salir a dar cabezadas por simplicidad o rutina.