Leo, con mucha lentitud y con mucho silencio alrededor, el breve poemario que lleva por título Imago, firmado por Óscar Navarro Gosálbez y editado por el sello Boria. Y el silencio sigue retumbando cuando vuelvo la última página. Ha habido una absoluta absorción por parte de los versos y siento que mi mente flota. Es (me digo) el momento de leer con detenimiento el prólogo que el también magnífico poeta Ramón Bascuñana le ha consagrado, que he reservado de forma deliberada para el final, con la intención de que sus impresiones no me influyan. Y justo cuando lo acabo comprendo que tengo que callarme, porque no me siento capaz de mejorar (ni siquiera de igualar) las palabras de Ramón. Con una finura increíble (pero, de verdad, increíble), ha penetrado en las sensaciones que yo mismo acabo de experimentar; y las ha pronunciado con vocablos insuperables. Me ha pasado algunas veces. Pocas. Y no tengo problema en admitir que ha sucedido de nuevo: no puedo decir nada sobre este volumen mejor que lo que ha escrito el prologuista. Así que lo más honesto (y siempre trato de ser honesto) es callarme, mientras aplaudo de manera entusiasta a ambos poetas. Qué intensidad de libro y qué intensidad de análisis. Qué fulgor doble.
Escribe Óscar Navarro Gosálbez en la página 27: “Decir sin adjetivos —pero alguno es necesario—”. Para calificar este trabajo (que es música de Boccherini, y flores de jacarandá, y arcilla, y transparencia) se me antoja que resultan necesarios bastantes. Y el lector los descubre enseguida.
La editorial Boria se está despidiendo, como no podía ser menos, a lo grande.