Los valencianos están indignados porque la Generalitat de Cataluña ha comenzado a presentar la horchata, su bebida exclusiva y tradicional, como producto catalán.
Desde Valencia denuncian ese “imperialismo alimentario” al amparo de los llamados Països Catalans por el que Barcelona ha tomado como propio el jugo de la chufa, tubérculo con denominación de origen en solamente 16 municipios valencianos.
El “expolio” aparece en las webs oficiales barcelonesas, y se suma a los de la Albufera, las Fallas, el Misterio de Elche y la paella, que ahora también es catalana, algo lógico en quienes defienden insistentemente la existencia de los Països Catalans.
Un término político-geográfico muy reciente. Fue creado en pleno franquismo por un falangista, el escritor Joan Fuster (1922-1992), que cuando se desenamoró de la imagen imperial de la hispanidad –hablantes de español-- creó la imperial de los hablantes de lo similar al catalán, los Paisös.
Que absorben Valencia, Baleares, y partes de Murcia, Aragón, Francia, incluso de Italia, lo que permite fagocitar genialmente el oeste mediterráneo.
Quien mejor capitalizó el imperialismo del neotérmino fue el andaluz José Montilla cuando aprobó que su consejero de cultura, Ferran Mascarell, incorporara la horchata, como antes la paella, a los Paisös .
El socialista Mascarell resultó tan patriota territorial que la nacionalista Convergencia i Unio lo integró en su nuevo Gobierno y lo mantiene en el cargo.
Mascarell y su actual jefe, Artur Mas, deberían reclamar para los Paisös a Aznar, porque habla catalán en la intimidad, y la fabada, el cocido madrileño y el lacón con grelos, porque la suiza Nestlé los fabrica enlatados en Barcelona.
Estamos bajo los imperialismos alimentarios, aparte de los territoriales: el Gobierno vasco registró como exclusivo el vino chacolí, originalmente de Burgos, y ahora le impide a Castilla-León comercializar ese nombre que es suyo.
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Ya lo decía SALAS. Todos son Rumasa.
Y esta es la acreditada cocina española.