Cuando un bebé entra en un hogar después de una breve estancia en el hospital, empieza una vida nueva. Durante unos meses es un pequeño bultito que poco o nada se mueve de su moisés. Comer, dormir, poco más. Lo vamos ubicando aquí o allá gracias a las ruedas de la minicuna. Pero poco a poco, ese pequeño bultito empieza a moverse un poquito más; primero no cabe en el moisés y hay que instalarlo en una trona, amaquita o mantita en el suelo; de repente un día se da la vuelta y hace la tan esperada croqueta; de la croqueta pasamos a un intento de gateo para poco a poco ir levantándose hasta que empieza a caminar y moverse libremente por su gran universo que es su hogar. En poco tiempo ha pasado de ser una especie de muñequito a ser una personita que quiere hacer cosas, investigar, explorar, vivir.
Hacerse un sitio, saber cuál es su papelMuchas de las cosas que hace las hace sin maldad, pero muchas de esas cosas son peligrosas o simplemente molestas. Desde meter un dedo en el enchufe hasta querer barrer con la escoba como si fuera una lanza medieval, pasando por el maravilloso mundo de las cosas escondidas en lugares de lo más insospechados.
¿Por qué hacen todo esto? ¿Son malos? ¿Han venido a este mundo a jorobar a las ordenadas y rectas mamás? Por supuesto que no. Si nos fijamos bien, muchas de las cosas que hacen son intentos de imitar nuestros propios gestos. Enchufar un electrodoméstico, barrer, guardar las cosas en su sitio. Evidentemente no son tan listos, aún, y hacen las cosas como pueden. Pero tampoco tienen un pelo de tonto.
Gato por liebreMis hijos tienen absoluta obcecación con el teléfono. Mi pequeña foquita, cada vez que suena va “corriendo” o lo que sea, hacia el teléfono gritando ¡iaia, iaia! Da igual que sea un teleoperador (que últimamente son muchos los que llaman, por cierto), siempre cree que es la iaia. Y cuando descuelgo, no hay manera de hablar, hasta que no le doy el teléfono, no para. Como mi bebé gigante también tenía el gen Mary comunicando destripé un móvil viejo, le puse en lo que era la pantalla una foto suya y se lo di. Ala, ya tienes móvil. Ahora lo ha heredado mi pequeña foquita junto con otro que se rompió hace poco y uno que tiene de juguete que te contesta y todo. Pues no. Cuando le doy cualquiera de estos de juguete, como ve que la iaia no aparece por ningún lado me mira como diciendo ¿te crees que soy tonta? Total, que quiere el de verdad.
Igual sucede con la escoba, el aspirador, el ordenador, y así podría mencionar todos los aparatos de la casa. No soy fan de dar consejos, pero las escobas de juguete, no gustan a los niños, donde se ponga la lanza medieval capaz de sacar un ojo a mamá...
Asumir el riesgo, porque nadie nace enseñadoEs evidente que una plancha no es conveniente dejar a un niño ni un teléfono a no ser que esté bloqueado. Pero si quieren la escoba o pasar el aspirador o guardar toda la montaña de ropa que acabas de doblar cuidadosamente, es bueno dejarles que lo hagan. Y no con intención de sustituir a la señora del hogar, al menos en mi caso, porque no tenemos. Cuando hacen cualquier cosa en la casa que previamente han visto hacer a los mayores se les llena el pecho y suspiran de emoción. Se siente importantes. Si señor, soy un tiarrón que ya paso el aspirador.
Igualmente, cuando mi bebé gigante quiere llevar su vaso rebosante de leche con cola-cao a la mesa, mi vocecilla de Rotenmeier empieza a gritar en mi cabeza. ¡Nooo! Que lleva el chandal del cole, que lo tirará por el suelo, que romperá el vaso! Sí, todas estas cosas le pueden pasar. A mí también. Si no practica, si no prueba, si no experimenta, jamás será capaz de llevar un vaso a la mesa. Jamás será capaz no sólo de hacer nada, sino de atreverse a intentarlo.
Si asumimos el riesgo y sale bien, hacemos crecer su autoestima. Si sale mal, el niño aprende que tiene que superarse y la próxima vez, cuando lo consiga (no tirará el vaso eternamente), la satisfacción será aún mayor.
Del Ya lo hago yo, mama al No quieroComo los niños se desarrollan a una velocidad de vértigo y pasan de una fase a otra del crecimiento muy rápido tenemos que aprovechar las oportunidades. Cuando está en la fase de la autonomía y de querer hacerlo solito, si le dejamos y no vetamos su voluntad, posiblemente cuando entre en la maravillosa fase del “No”, ésta no será tan dramática. No evitaremos la negación total pero al menos se apaciguará.
Con calmaQue nuestros hijos se impliquen en las tareas del hogar supone que hemos de adaptarnos a sus ritmos. Es evidente que si es la hora de ir al cole, se nos ha hecho tarde, caen chuzos de punta y hemos de salir corriendo, lo mejor es convencerle de que la ropa recién doblada la puede guardar cuando vuelva por la tarde. Pero si hay tiempo, es bueno dejarles.
Uno de los espacios que en casa más gusta a mi bebé gigante para implicarse es la cocina. Rebozar el pollo, hacer la pizza, decorar galletas, lo que sea susceptible de embadurnarse, le encanta. Y otra vez volvemos a lo mismo, mientras no meta la cabeza en el horno ni le dejemos meter las manos en una balsa de aceite, los niños pueden ayudar con total normalidad en la cocina.
Implicar no es dar órdenesCuando mi bebé gigante empezó a caminar y a ser relativamente “autónomo” empecé a aplicar la técnica del “ya eres mayor”. Pero me di cuenta que cuando le daba órdenes en singular, guarda la ropa, ves a hacer pipí, pon la mesa, se negaba en rotundo. Al principio, y sobretodo si hay hermanos pequeños, es necesario que los niños se sientan acompañados en sus tareas para que la inseguridad inicial no se convierta en angustia.
Implicación es uniónUn niño implicado no sólo aprende a desenvolverse en la vida, se espavila vamos, sino que, y lo más importante, se siente querido. Quita niño, sal de aquí que esto es de mayores o frases del estilo, sólo hacen que rechazar a una persona que, aunque de menor tamaño, siente y piensa como nosotros.
Si quieren ayudar, aunque al final nos den más faena, intentemos dejarles. Un día lo harán por sí mismos sintiéndose realmente uno más en la familia. Habrán encontrado su lugar.