El fabricante de pequeños electrodomésticos Taurus no conseguía operarios españoles para sus fábricas de Cataluña, y en lugar de contratar a norteafricanos que buscaban trabajo por la zona, se trajo a 27 campesinos de cerca de Shangai, China.
Muchos agricultores del sur de España habían hecho igual este año: emplearon a mujeres centroeuropeas y rechazaron a los norteafricanos utilizados en campañas anteriores.
SOS Racismo y otras ONG denuncian que dar trabajo a los inmigrantes por su origen es ejercer segregación racial, cultural y religiosa.
Tienen razón, pero también deberían explicar por qué muchos empleadores rechazan a personas, no por su raza sino por su cultura, mientras contratan en condiciones dignas a gente mucho más lejana, incluso idiomáticamente.
Taurus ha elegido a unos obreros desconocedores del interior de sus aparatos eléctricos; pero Taurus sabe que los habitantes de esa zona de China son trabajadores, adaptables y honrados, y que la primera generación de sus emigrantes se sacrifica para que sus descendientes triunfen cultural y socialmente en el país de acogida.
Hijos de gente así han invadido las universidades estadounidenses y están creando una nueva cultura, mezcla exquisita del pensamiento de oriente y occidente en filosofía y ciencia.
Generalmente ajenos al cursi budismo, practican las éticas no religiosas del taoísmo y el confucionismo, respetuosas y apacibles, que enriquecen nuestro mundo.
Para algunos, éste debe ser el famoso peligro amarillo: pues bienvenido sea, porque hacen que esta sociedad sea más brillante, sabia y cosmopolita.