Anna Seguí, ocd Puçol
Importancia de la oración personal
Como mujer creyente y seguidora de Jesús y desde mi realidad, como monja de vida contemplativa, quiero decir una palabra sobre la importancia de ser orantes. La oración surge de la necesidad de la vida en relación con Dios, de un Dios que quiere ser-con- nosotros y se comunica. Jesús mismo nos invita a ser orantes, a relacionarnos con Dios: “Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre” (Mt 6,6). Él mismo se retiraba al campo o a la montaña para orar a solas con su Abba Padre. Y en los momentos cruciales de su vida, la oración será la fuerza que le sostendrá en los combates interiores. En la oración, Jesús vuelca toda su confianza en el Padre, se fía de Él y se abandona: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42). La oración cristiana no es una soledad, ni tampoco es entrar en un vacío. La oración cristiana va dirigida a una presencia y una relación en absoluta confianza. Esta presencia y relación pasa por la noche oscura de la fe, donde todo se esconde, y surge así el lento y penoso proceso purificador del sentido y del espíritu. Orar cristianamente es dirigirnos al Tú personal con Jesús, y con Él es con quien tratamos. Es una oración-relación humanizadora y esclarecedora del ser en minúscula, hacia el Ser que nos va envolviendo y engrandeciendo en Él. Al fin, se trata de ser orantes para el bien vivir y el buen hacer.
Un parecer
Me parece que en la Iglesia hemos fomentado poco dos cosas vitales para alimentar la fe, me refiero a la oración personal y comunitaria, y el gusto por la Escritura. Nos ha faltado sentido orante por una parte, y por otra, la Escritura ha sido la gran ausente en la gente por siglos y siglos, aunque bien es verdad que, a partir del Concilio Vaticano II, se realizó un gran trabajo para reparar esta carencia. La oración se había dejado en manos de los religiosos, y la Biblia en manos de los curas. Así, la ausencia de este alimento en los creyentes, nos dejó debilitados y sin contenido. Hoy ya sabemos la importancia de ambas cosas y hay un verdadero interés por la formación y lectura asidua de la Palabra. Actualmente, estamos más sensibilizados a buscar espacios de vida interior orante, el amor por el silencio o, a decir de san Juan de la Cruz, “el callado amor”. Estar relacionándonos a solas con Dios solo. A tratar de Tú a tú con Jesús como el amigo y Amado. Teresa de Jesús recalca con fuerza: “Mire que le mira”. Dios amante, pendiente de la amada. Teresa también tuvo que aprender a hacer oración y lo hizo así: “Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración” (V 4,7). Este Jesús que nos vive dentro está siempre aguardando que le hablemos, y en Él podemos volcar lo que nos pesa demasiado, nuestras quejas y protestas, nuestro amor y pasión.
La oración reveladora de verdades
¿Por qué la necesidad de la oración, por qué regalar a Dios momentos de nuestra persona y tiempo? Porque ella, la oración, es iluminadora de nuestras verdades más recónditas. La oración ilumina nuestra verdad, nos la pone de frente, nos hace de espejo donde mirarnos y ver cómo estamos. Al querer encontrarnos con Dios por medio de la oración, inevitablemente nos encontramos con nosotros mismos, somos nuestra propia piedra de tropiezo. Este encuentro con Dios pasa por el encuentro personal con nuestra propia historia, hecha de aciertos y conflictos, de afectos y rupturas, de bondad y maldad, de agresividad, perdón y esperanza. Pasamos situaciones en que nos hallamos ante el pavor de tener que asumir que la reconciliación y la armonía en nosotros están por hacer, la paz por establecer, el perdón por realizar. Es ir asumiendo la purificación interior, la conversión del corazón como camino que nos lleva a la armonía e iluminación del ser redimido por Jesús. La oración ilumina el camino de la verdad en la libertad y para la libertad. “Este tener verdadera luz para guardar la ley de Dios con perfección es todo nuestro bien; sobre esta asienta bien la oración; sin este cimiento fuerte, todo el edificio va falso” (C 8,4). Orar porque Dios mismo se nos quiere dar y revelar, quiere que tengamos experiencia de Él.
Dejarnos igualar con Jesús
Al fin, ser seguidores de Jesús nos ha de llevar a un exigente encuentro personal con Él, desde la realidad relacional. No es complicado ser orante, porque Jesús nos lo pone fácil. Dirá Teresa: “como nos ama, hácese a nuestra medida” (C 28,11), y añade: “Mirad que no está aguardando otra cosa/ sino que le miremos; como le quisiereis, le hallaréis” (C 26,3). Con Jesús hay que relacionarse, comunicarse en amistad, conocerse e igualarse, dejar que nos haga carne de su carne y sangre de su sangre. Él nos va igualando, configurando y orar es ir saboreándole en amor. Santa Teresa define así la oración personal: “que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5) Si no conocemos a Jesús desde el Tú a tú, no entraremos en la dinámica del enamoramiento. Es de vital importancia pasar del seguimiento al encuentro y enamoramiento. Cuando hay encuentro enamorante, entra en escena la belleza del Cantar de los Cantares. Los amantes se desean, se buscan, se encuentran y se dicen el amor, viven de amor, orar es entrar en la dinámica del enamoramiento. “Que me bese con los besos de su boca/ Más dulces que el vino son tus caricias y deliciosos al olfato tus perfumes. Llévame en pos de ti: ¡Corramos!”. “¡Qué gratas son tus caricias, hermanita, novia mía! ¡Son tus caricias más dulces que el vino, y más deliciosos tus perfumes que toda especia aromática!”. Este libro del Antiguo Testamento ya pone de manifiesto que la relación de Dios con la humanidad es amorosa.
Orantes con todas las religiones
Ser orantes es vocación cristiana de hijos e hijas, es para todos, porque, este Dios nuestro, a decir de Santa Teresa, “no está deseando otra cosa sino tener a quien dar” (6M 4,12). En términos teresianos, orar es disponernos a recibirle y tener “afición de estar más tiempo con El” (V 9,9). Y hoy, más que nunca, estamos llamados a ser orantes con todas las religiones de la humanidad. La esperanza de nuestro mundo le ha de venir dada por la oración de todos los credos y creyentes unidos, hombres y mujeres de buena voluntad que lo esperan todo y solo de Dios. Dice Hans Küng: “No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones; ni habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones; ni habrá diálogo entre estas sin el estudio de sus fundamentos”. Hay que ir más allá del ecumenismo cristiano, hay que englobar y abrazar a todos los creyentes de todas las religiones que oran el amor y la esperanza para un mundo en la paz, la justicia y la libertad. Y todo esto, sin perder nuestra identidad cristiana, sin temor al sincretismo, sino con la seguridad de que Jesús mismo es quien nos acompaña en este camino reconciliador con todos. Orar despierta el sentido de la amistad y la fraternidad. La gran familia humana, en sí misma, está llamada a ser una comunidad de fraternidad y amistad, porque todos somos hijos e hijas de Dios. “Amaos los unos a otros” (Jn 13,34). Ya ninguna religión será sin las demás. Como ningún ser humano es sin los otros. Dios nos quiere fraternizados y relacionados.
Orar nos humaniza y abre a la confianza
También quiero dejar claro que, en la oración, no hemos de ir buscando y esperando sensiblerías gustosas, levantamientos del espíritu, sensaciones placenteras, todo esto son infantilismos. Santa Teresa dirá sobre ello: “Sí, que no está el amor de Dios en tener lágrimas ni estos gustos ni ternuras, sino en servir con justicia y con fortaleza de ánima y humildad” (V11,13). Dios nos puede regalar con estos gustos, claro que sí, a veces lo hace si nos ve con la necesidad. Sin embargo, la persona de fe no se detiene en ello, ni le da importancia, porque la fe se fundamenta en la humilde confianza, es un: “sé de quién me he fiado” (2Tim 1,1). Lo determinante es ir a la oración desnudos de falsedad, abiertos a vernos sin miedo, para que ella vaya iluminando los oscuros recovecos, verlos y asumirlos con una mirada serena, benévola, limpia, penetrante y auténtica. La oración nos ayuda a situarnos ante la vida y sus conflictos, con actitudes nuevas, transformadas y transformadoras, más evangélicas y bondadosas. Así, poco a poco, casi imperceptiblemente, irá naciendo la iluminación interior, que no es sino andar en verdad, en justicia, paz y libertad, en amor hacia nosotros mismos y los demás. La oración obra gracia configuradora con Cristo, nos va fortaleciendo en la fe, nos abre a una mayor caridad en acogida amorosa hacia la creación y los hermanos, nos hace sencillos y humildes, nos abaja de toda posible altivez, nos humaniza a modo de la humanidad de Jesús. Nos hace andar en amor y perdón. Nos abre a la confianza, dice Teresa de Jesús: “de donde ha de venir la confianza ha de ser de Dios” (C 41,4), y la oración es el lugar de la receptividad de todo don de Dios, porque Él siempre nos quiere favorecer. Dentro de nosotros Dios se hace regalador de bienes.
Orar con la Palabra
Y quiero destacar también la importancia de la oración hecha con la ayuda de la Palabra. Esta es una tradición muy antigua, sin embargo, se ha fomentado poco en las parroquias. Se toma un texto de la Escritura, se lee, se reposa, se piensa, se escucha, se contempla en silencio y, poco a poco, el Espíritu va obrando la gracia iluminadora de la Palabra en el corazón que la acoge amorosamente. Se abre una claridad en la mente, que deviene comprensión y nos ayuda a aplicarla en la vida misma. La palabra orada deviene libertadora de vida, ensanchadora del ser. Por otra parte, la lectura de la Biblia amplía nuestro conocimiento de la historia de salvación, que contiene la alianza personal que Dios establece con su pueblo: “Yo seré tu Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Ex 6,7). El peregrinar de la fe del pueblo de Dios es también el nuestro. Aquellos hombres y mujeres que se van abriendo a Dios y se dejan tomar por Él, y comienzan la gran historia de salvación, ellos, somos también nosotros, su historia es también la nuestra. Conocer la Biblia es ver y conocer nuestra propia historia, la realidad de toda la humanidad amada y salvada por Dios. Y como texto de la Palabra, la gran oración de Jesús: el Padre nuestro. Nunca abandonar esta oración tan completa y con la que oraba Jesús a su Padre. Es la oración que enseñó a sus discípulos.
Conclusión
Con este breve decir sobre la oración, quisiera despertar, aunque que sea un poco, el deseo orante y la pasión amorosa por Cristo. Que nuestra vida interior busque abrevar la sed de Dios en Jesús y su Evangelio. Y para finalizar, una cita del profeta Oseas: “Yo la voy a enamorar, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón”. Dios pide de nosotros atención interior, para hablarnos amorosamente al corazón. Y concluyo con otra frase de santa Teresa que viene bien a todos y siempre: “Ahora comenzamos y procuren ir comenzando siempre de bien en mejor”. Somos semilla para las nuevas generaciones, las que tenemos a nuestro lado y las que están por venir. Ser testimonio orante para ellos es sembrar esperanza para que la familia humana sea portadora de amor y paz, justicia y libertad.