Te ofuscas cada vez que lo oyes: -»te pareces a alguien que conozco…»- y es allí cuando tu cara se contorsiona y volteas a verme, con esa mirada que he visto por lo menos un centenar de veces. Al llegar a casa haces la pregunta típica con la que empezamos una conversación unidireccional que en mi opinión dura más de lo debido.
– ¿La has oído? – preguntas antes de responderte – claro que la has oído, esa estúpida aseveración otra vez, estoy harta que me repitan lo común que soy, lo fácil que es cruzar la esquina y olvidarse de mi rostro, para luego encontrarlo mil veces más –
Te observo en silencio con una leve sonrisa que no puede hallarse más alejada de lo que ocurre en mi mente, yo también estoy alterada, pero contigo. ¿Acaso importa si las piritas se parecen al oro?, los conocedores no pueden ser engañados, el resto son simples tontos. Siempre he creído que eres la versión más pura de las otras, de todas ellas, yo misma he conocido a mucha gente parecida a ti, he visto tus gestos, oído tu voz y sentido tu piel en la esencia de alguien más; sin embargo, puedo asegurar que no existe comparación, como si el gran escultor celestial hubiera arrojado las obras inconclusas a la tierra sin darse cuenta… Hasta que logró crear su obra maestra, tan alejada de la imperfección, tan pura que el simple hecho de que seas real es una prueba de la existencia de Dios, la simple genética, la unión del ADN y la fecundación de un óvulo no habrían hecho posible tu andar por este mundo. Todo esto jamás ha salido de mis labios porque sé que rompería en llanto y no sería tanto un halago como una alabanza a mi propia deidad personal; no es que me moleste morir en la hoguera por hereje siempre que pueda hacerlo mirándote, pero prefiero observarte por lo menos una eternidad más.
Me he perdido en mis pensamientos de nuevo.
– ¿Me estas escuchando? –
– Claro que si – miento – sólo, no logro comprender por qué le das tanta importancia al asunto.
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