Sin duda el programa de La2 “Imprescindibles”, algo bastante alejado del fútbol o los programas del corazón, es uno de esos espacios que merecen la pena ser vistos un domingo por la noche en directo o cuando buenamente se pueda a través de la plataforma A la Carta de RTVE.
En concretoel dedicado a la figura de Emilio Lledó, filósofo e intelectual desconocido por la inmensa mayoría de “la gente”, así luego uno se explica por qué pasan determinadas cosas.Lledó es una de esas personas a la que merece la pena escuchar. En esencia es una buena persona que te atrapa con un discurso nada recargado, pero perfectamente construido, un relato que capta tu atención e invita a reflexionar, como bien indican varios de sus exalumnos.
Este intelectual, viajero y políglota, comenzó a reflexionar gracias a un profesor, don Francisco, que invitaba a sus alumnos a leer a diario un fragmento del Quijote, para luego dialogar sobre que les sugería y reflexionar en común. Dicen que esto hoy en día se denomina “Trabajo colaborativo” o algo similar.
Esa capacidad de reflexión, ser capaz de pensar uno mismo, es lo que le lleva a platear que si bien es importante la libertad de expresión lo es mucho más la libertad de pensamiento: “¿De qué sirve la libertad de expresión si lo que se dice no son más que estupideces?”, se pregunta.
Educado en Alemania, donde luego dio clases, le llamó mucho la atención la falta de un modelo que denomina negativamente “asignaturesco”, lástima que muchos consejeros de educación no hayan pasado por sus manos o al menos sepan quienes fueron los krausistas de finales del siglo XIX. Lledó se encontró una universidad donde los profesores, una figura intelectualmente más formada que solamente un docente y que en cierto modo se asemeja más a la figura de un “maestro”, en el sentido clásico del término, no impartía clases regladas y un temario desmesuradamente colosal y determinado de forma rígida por los departamentos, algunos exalumnos de las universidades de Historia recordarán cuando el siglo XIX español, asignatura de un año comenzaba en 1788 con el reinado de Carlos IV y con suerte se llegaba a la Constitución de 1837, el resto del siglo nuca daba tiempo a explicarlo. Así el profesor cada día hablaba sobre algo que le inspirase en ese momento o que mereciese la pena presentar a los alumnos, haciendo que estos reflexionasen sobre ello generando un auténtico diálogo entre profesor y alumnos. Los exámenes tampoco tenían un formato definido, todos iguales, memorísticos, kilométricos y estandarizados. Lejos de ello el profesor les preguntaba sobre qué estaban trabajando o leyendo y sobre ese tema se mantenía una conversación.
Finalmente, el filósofo recuerda a Aristóteles, por cierto, que su excelente dominio del griego le permite leer directamente a los clásicos, y nos deja una soberbia reflexión que tiene varios miles de años:
“No tenemos que dejar que el dinero [los mercados o el utilitarismo que diríamos hoy] determine el poder de la educación”
Desde luego muy en la línea de la Paideía y la búsqueda de la ataraxia que estoicos o epicúreos, un libro de Lledó que merece la pena leer, esperan alcanzar fruto de una reflexión personal.Como dice Michael Sandel en su último trabajo “Hay cosas que el dinero no debería comprar”. Puede que una buena educación de calidad que haga reflexionar y tener sentido crítico debería de ser una de ellas.
Emilio Lledó, mirar con palabras