Impresionante técnica en la cual “imprimen” el cartílago de una oreja para posteriormente ser implantado en un receptor, todo ello con células vivas obtenidas de un cultivo del propio paciente lo que reduce las posibilidades de rechazo. Tan sólo imaginar las implicaciones y aplicaciones de esta idea de los investigadores de la Universidad de Cornell me hace tener la piel de gallina.