244 páginas
Tapa Dura
Sin portes
Solo 12 euros
Lo de que digan que hacen las cosas por mi bien me produce hartazgo (tal vez porque ya he pasado la barrera de los cincuenta y hace muchos años que no me dejo influenciar por tonterías), de ahí que me fastidien tanto (entre otras cosas) las campañas torticeras de la Dirección General de Tráfico, donde hablan de las gafas más caras del mundo, pero no de los baches más caros del mundo, por ejemplo. También me producen hartazgo las campañas sibilinas de la Agencia Tributaria, donde se nos quiere concienciar de la importancia que tiene, no pagar unos impuestos justos y correctos, sino los impuestos que a ellos se les antoje en cada momento, porque dicen que gracias a ellos nos ayudamos unos a otros (y sobre todo a ellos, no lo olvidemos). Para ello crean campañas sensibleras que parecen la segunda parte de Love Story (la tercera, que la segunda ya salió en cine hace muchos años: Historia de Oliver). Pero luego se gastan el dinero (nuestro dinero) sin ningún reparo ni contención. Hace un par de días vi la noticia de que la sede central de la Agencia Tributaria de Valencia se trasladaba a un superedificio… privado. O sea, que el alquiler nos va a costar un pico a todos los valencianos. ¿Por qué no habilitan uno de tantos edificios públicos que no tienen un uso pertinente en la actualidad? No, ¿para qué?, al fin y al cabo, el alquiler lo podrán pagar levantando unas pocas actas más al mes. Eso lo tienen chupao. Otra falacia que no tolero es la de que se suban los impuestos para reducir el consumo de ciertos productos nocivos. Eso, además de que va contra la libre competencia empresarial, es una manera de decir que se preocupan por nuestra salud (sin importarles un carajo en realidad) al mismo tiempo que nos vacían los bolsillos (verdadero objetivo). Es de un cinismo que abruma. ¿Por qué lo digo? Por la última que se les ha ocurrido, y nada menos que a la OMS; tan paternalistas ellos, tan preocupados por nuestra salud y nuestro futuro color de rosa. No harán nada por evitar pesticidas innecesarios que nos tragamos a diario, pero en cambio han pensado (me descubro ante cabezapensantes tan profundos y de tanto calado intelectual con ideas tan brillantes) que lo mejor para evitar la obesidad es subir los impuestos de los refrescos azucarados. Señores, váyanse a la m…
¿Impuestos para reducir el consumo de refrescos?
Impuestos para reducir el consumo. Otra falacia, otra excusa para robarnos con impunidad.
Yo apenas bebo refrescos (ni siquiera en combinados). Solo alguno de tanto en tanto y normalmente sin azúcar, aunque también tengo claro que los sustitutos del azúcar no necesariamente son más saludables que el azúcar como nos quieren hacer creer, como cuando nos quisieron convencer de que las grasas eran más perjudiciales que los azúcares y así quedó la cosa. Quiero decir que la medida no me va a afectar en gran medida, aunque sí algo porque compro refrescos para los posibles invitados, que no es que sean muchos, pero los hay y algunos beben refrescos. Pero me afecte mucho o no, me parece una medida ridícula (e inútil, salvo para incrementar la recaudación), un insulto a nuestra inteligencia. Si el azúcar es tan malo como dicen y un refresco lleva tantísimo, la OMS (recordemos que OMS significa Organización Mundial de la Salud y no Otros Medios Subversivos de tomarnos el pelo) lo que debería hacer es aconsejar y proponer una cantidad máxima de azúcar por litro e intentar reducir esas ingestas desproporcionadas con campañas realistas. Eso lo entendería, hasta me creería por un momento (no todo el rato) que nuestra salud les importa un poquito; pero que digan que hay que subir un 20% los impuestos para reducir el consumo… ¿Qué pasa, que han cenado con los de Hacienda y han tenido la idea después de tres combinados con refrescos azucarados que se les han subido a la cabeza?
Ramón Cerdá