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¿Imputada? ¿Por qué?

Publicado el 09 enero 2014 por María Mayayo Vives
El pilar básico de la defensa de la infanta descansa a pierna suelta sobre el argumento de que la imputada no poseía conocimientos de contabilidad o fiscalidad, lo cual, sólo en este caso, es un eximente matrícula de honor amén de bascular de un solo golpe la carga de la prueba sobre todos los españoles por no haberle pagado a la criatura los estudios suficientes o los más adecuados o ninguna de las dos cosas. El asunto es de extrema seriedad teniendo en cuenta la cantidad de impuestos que alegremente destinamos a tal fin, entre otros fines sin ánimo de lucro, durante décadas. En resumidas cuentas que, si preparamos un sofrito de cebolla amarilla para todos los comensales del día de su boda, no nos hace llorar tanto. Lo curioso es que el contribuyente raso ya no sabe si llorar o dejarse seducir por el absurdo y romperse de risa, dado que la cuestión última (discúlpeme el abogado defensor) parece algo más compleja que el hecho de haber nacido infanta y no contable. Y me explico. Ganar cien mil euros anuales, gastar doscientos mil, que en la cuenta bancaria siga habiendo saldo positivo y que no extrañe es no saber restar. No poseer conocimientos contables significa, por lo visto, que una puede hacer desaparecer setecientos mil euros en gastos propios y en los propios de reformar un palacete con la misma magia con la que cree que brotaron en su cuenta personal. Desconocer además el origen de los emolumentos y no preguntarse nunca por él denota no poseer tampoco inquietud filosófica ninguna. Y no tener ni repajolera idea de lo que hace tu marido en todo el día durante años sin sentir un ápice de curiosidad es ser tonta perdida.
Al juez Castro, por segunda vez, le ha parecido que no era de justicia llamar tonto a un miembro de la Monarquía y nos ha hecho confundir a todos la incapacidad mental de nuestra infanta con el estrabismo. Desde el punto de vista del juez, la falta más grave de la imputada es que su actitud con respecto a los negocios de su esposo ha sido la de "mirar para otro lado". Resulta llamativo que a un magistrado de este país le parezca reprobable el hecho de que se mire para otro lado cuando esto es algo que llevamos haciendo los españoles desde que se empezó a acuñar moneda en la península. Y, centrándonos en el caso que nos ocupa, lo es tanto que una no puede evitar preguntarse, si "mirar para otro lado" es motivo de imputación, hacia qué lado miraba el Rey, según Castro, cuando pasaba aquellas temporadas de retiro a la sombra de un ciprés en la piscina de Pedralbes rodeado de más nietos que el doctor Iglesias Puga. O cuando su hija, con estas cualidades que se le reconocen abiertamente, le comunicara que iba a formar parte del consejo de administración de una empresa a pachas con el lumbreras de su marido y no le preguntó "¿Dónde vas, alma de cántaro?". Claro que también es cierto que acusar a un señor de mirar para otro lado cuando es ya incapaz de fijar la vista en el discurso de la Pascua militar que tiene debajo de las borbónicas narices está feo.
Con todo, lo que a los contribuyentes del montón poco dispuestos a pasar por idiotas nos parece más lamentable de este caso es que todos los encantadores intentos del juez Castro por imputar a la infanta se vayan a quedar, como la recuperación de este país o el Canal de Panamá, a medias. Porque, admitámoslo, los asuntos de la Casa Real están condenados a la incomprensión, como la concesión del título, desde la cuna. Si difícil fue seguir el discurso de Su Majestad el día de reyes o reconocerlo tras los pretendidos arreglos de photoshop para su aparición en Hola la semana pasada, habría que hacer acopio de toda la formación y raciocinio de que disponga este país para entender el extraño caso de Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia, que, dicho sea de paso, es imposible que sepa ni cómo se llama.
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