El mar se traga un barco o cien barcos, mata a un marinero o a cien marineros, y sigue murmurando con su voz afónica, con su voz, de borracho triste y pendenciero, amargo y peleón.
Camilo José Cela, Madera de Boj.
El puerto deportivo de Gijón se tiñó de luto, hace pocos días, por la muerte de un patrón de embarcación deportiva y un menor, al encontrarse con una mar impracticable doblando la punta de Lequerica. Afortunadamente no son frecuentes este tipo de desgracias en nuestra ciudad, pese a que la costa cantábrica gasta pocas bromas y malas pulgas; no es infrecuente ver subir los precios del pescado por la imposibilidad de faenar la flota, como tampoco extraña a nadie contemplar decenas de lucecitas que brilla en las lanchas dedicadas al calamar de potera durante los veranos. El mar es parte inseparable de Gijón, aunque se haya llevado a muchos marineros, cerca y lejos de estas aguas. De niño pescaba al final del espigón “panchinos”, que resultaba entretenido por el elevado número de capturas. Eran otros años. No había superpuerto ni pantalanes y los barcos de bajura, todos de madera, atracaban donde hoy descansan numerosas lachas de recreo. Ni Gijón ni el dique son los mismos, y nadie pesca al final del espigón. Son otros tiempos.
Descansen en paz.