Revista Cultura y Ocio
Pasadas las cuatro y media de la tarde recibí la noticia de la muerte del profesor, académico e hispanista Russell P. Sebold (1928-2014), doctor honoris causa por la Universidad de Alicante y Premio Elio Antonio de Nebrija a la mejor trayectoria del hispanismo en 2000. La recibí por un mensaje de Isaac García-Guerrero, a quien conocí epistolarmente como estudiante de doctorado en la Universidad de Wisconsin-Madison. Él quería contactar con el profesor Sebold, «para mí un modelo de hispanista» —decía—, y me expresaba sus ganas de conocerle y de recibir su consejo. Le facilité la dirección de Sebold. Ahora, ha sido él quien me ha dado la triste noticia. Poco después leí otro mensaje, anterior en unos minutos, de mi colega y amigo Jesús Pérez Magallón, que reenviaba el de otro discípulo de Sebold, el profesor de la Universidad de Pensilvania Ignacio Javier López —su sucesor en la dirección de la Hispanic Review—, que informaba con infinita tristeza sobre la muerte del erudito, tras haber sufrido la pasada semana un derrame cerebral, y sobre la posibilidad, según Jane, su viuda, de que se celebre en España una ceremonia en su memoria. Su memoria, ay. Tengo la satisfacción de haber colaborado en preservarla con las líneas que he dedicado a Bud Sebold en este cuaderno de bitácora que él leía, generoso como siempre. No sé si mi última felicitación por su cumpleaños fue ésta, que enlazo; pero me satisface mencionar esta otra nota en la que remito a varias ocasiones en las que nos encontramos, para el que quiera detenerse en vínculos tan expresivos de una bio-bibliografía ejemplar. Su vida, ay. Al enterarme de que hacía una semana que llevaba luchando con la muerte me he acordado de un texto suyo —publicado en ABC en 1993 y luego incluido en su recopilación Ensayos de meditación y crítica literaria (Ediciones Universidad de Salamanca, 2004)— titulado «Ensayos del último acto», en el que se preguntaba por la sensación de, por una convalecencia grave, «estar coqueteando todavía con la mujer alta de la eternidad», en el que hablaba del espíritu de sus queridos poetas románticos y en el que enmarcaba el hondo silencio de la muerte en el paisaje que veía a través de la ventana de un despacho del que han salido letras ilustradas durante más de sesenta años. Descanse en paz.