Revista Cultura y Ocio
He escrito dos sonetos en mi vida. Quizá me faltó disciplina, me envalentoné sin que esa osadía diese una restitución cabal de lo que yo rumiaba adentro y decidí rendirme, no hacer lo que otros hacen con más oficio. Se me enfadaron las palabras (sí, a veces, se enfadan y turban a quien cree estar al tanto de su manejo) y prometí, un poco por respeto y otro poco por incapacidad, no pisar de nuevo ese noble y difícil género. Ayer, tomando un té verde con Francisco López Salamanca, me hizo leer este soneto de unos poetas que yo conocía de oídas, al menos de uno de ellos, Carlos. Hay tanta poesía que no se conoce, tanta oculta y a la espera. Hoy, caso de que caiga una copa de vino, pensaré en ángeles escondidos, en la sangre agasajada por el fulgor del galope del oro de la copa.EL ÁNGEL DE LA COPA
Sobre la mesa está la copa llena.
La copa tiene un ángel escondido,
Ángel para beber, ángel bebido,
que salta y suelta al vino su melena.Vacía ya la copa. No. No suena
el ángel por aquí. ¿Por dónde ha ido?
Pasó el puente del labio y va perdido,
sangre arriba y abajo, por la vena.Sangre arriba y abajo canta, encanta,
viene, se va, se tumba, se levanta
y trina treinta trinos de jilguero.Caballero de sol, luego, galopa,
y en su capa se escapa, ya sin copa,
camino de Dios sabe qué lucero.
Antonio y Carlos Murciano (El ángel del vino y otros duendes, Caja de Ahorros de Jerez, 1984)