Incendies, descarnada obra del canadiense Denis Villeneuve, arranca su metraje con un plano lejano, inexacto, insinuando una desubicación -jamás se habla de lugares reales, aunque todo apunta a la primera guerra del Líbano como contexto- que anticipa lo que será un viaje de constantes idas y venidas entre miles de puntos dispersos, tanto geográficos, como existenciales o temporales.
La principal cualidad de Incendies nace de la mencionada imprecisión que la acompaña durante el relato -todo es cercano y lejano; todo ha pasado y está por pasar-, y ello le permite construir una historia dolorosa, valiente, intensa, desarraigada que, con la lentitud del paseo que acompaña a los funerales, parece avanzar hacia una paz que, al menos en vida, se presenta como imposible de lograr. Es en ese pedregoso camino donde hayamos lo mejor de la obra. Como una herida en la piel, será imposible evitar el dolor de la imagen de Nawal, la mujer que canta, asesinando a sangre fría, sobreviviendo contra toda lógica, y concibiendo por dos veces niños que no podrá criar; o de la solitaria sombra de un pequeño francotirador que se muestra implacable en medio del horror; o de la incansable búsqueda de Jeanne, la hija de Nawal, sonriente, agradeciendo un té, mientras la vemos incapaz de entender ni media palabra de lo que sus raíces tienen que decirle u ocultarle. Los gérmenes de una guerra y su herencia. La búsqueda de uno mismo. El horror concebido, ejecutado, callado y nunca olvidado.
Con tan prometedora carta de presentación, ¿falla algo en Incendies? Decíamos que la virtud nace en el transitar, pero no podemos menos que afirmar que el problema se encuentra en el desenlace. Y entiendo que es arriesgado lanzar esta afirmación cuando el destino es la verdad. Vista con distancia, poco separa a Incendies de una estructura dramática basada en el impacto emocional y los giros de guión -alguno exageradamente pronunciado-, que arriesgan un todo que, a pesar de ello, es como mínimo convincente. Es como uno de esos viajes en los que lo que decepciona, extrañamente, es el destino. No siempre fue necesario -y menos en el arte- completar un camino para que todo cuadre. A veces, y más en medio de la guerra, es mejor quedarse a mitad de camino, renunciar a la lógica, mirar en medio de la nada, y pronunciar, como Marlon Brando en Apocalypse Now, dos breves palabras: El Horror. Puede ser más poderoso que un autobús en llamas, o incluso que la descorazonadora e inaceptable verdad que se oculta en un corazón herido para siempre.